Música Inolvidable (XXXVI): Nacha Pop

19 octubre, 2018

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Es muy posible que a usted le suceda lo que a mí, que con frecuencia le guste recorrer las calles de nuestra adolescencia. Da igual la ciudad. Aunque algunos trazos hayan cambiado, es evocador y hasta divertido volver a caminar por aquellos senderos urbanos. Algo a lo que ayuda mucho una buena apoyatura musical. De hecho, resulta fundamental. La música, como máquina del tiempo, nos transmite cualidades anímicas y salutíferas incuestionables; sobre todo, cuando el escenario que pisamos es el nuestro.


Nacha Pop nació como grupo en 1978, aunque no fue hasta 1980 que apareció el primero de sus seis álbumes -hasta la fecha- de estudio. Estos fueron Nacha Pop (Hispavox, 1980), que contenía la emblemática canción Chica de ayer, compuesta por Antonio Vega (1957-2009), Buena disposición (Hispavox, 1982), Más números, otras letras (DRO, 1983), Dibujos animados (Polydor, 1985) y El momento (Polydor, 1987). Una grabación en directo, 80/88 (Polydor, 1988), sirvió como despedida al conjunto. Después, aparecieron las recopilaciones de rigor (1997, 2003, 2005, 2011, 2017), y un nuevo álbum de estudio en el que, por desgracia, ya no podían estar presentes todos los componentes originarios, Efecto inmediato (2017; me estoy ciñendo a Nacha Pop y no a los trabajos en solitario o a la formación de nuevos grupos).

Junto a Antonio Vega, el resto de integrantes eran su primo Nacho García Vega (1961), ambos encargados de las voces y las guitarras, además de autores de las canciones, el batería Antonio Martín Caruana, Ñete (1953), en sustitución del inicial Jaime Conde (1961), y el bajo Carlos Villalta, Brooking (1961).


Es inevitable iniciar nuestro recorrido por esa calle donde se asoma a la ventana una chica -¡o chico!- de ayer. Sentimos su fragilidad, porque creemos en los fantasmas terribles. En ocasiones, los rostros son muy expresivos, y es difícil transitar por la vida sin tropezar. Atravesamos la plaza donde nuestra voz dio innumerables botes. Estábamos en buena compañía, aunque ahora perdida. Es la zona donde nos llevaba la imaginación y se divisaban infinitos campos. Después, también tuvimos miedo, cuando el amor se marchó sin decir adiós. Fuimos unos ingenuos y unos ilusos persiguiendo sombras.

Seguimos nuestro camino sin una meta fija, pero rememorando cada paso. Mil caras que estudiar, mil caras que olvidar. ¡Los vampiros están tan cerca de nosotros! No me olvido de ninguno. Ni de mí mismo. ¡Menuda gracia, tener que purgar también las propias faltas! Solía caminar con mi sonrisa de ganador. Aunque todo esto era por ti, que al final no me hiciste el menor caso. Tampoco es que pudieras. Pero aquí sigues, esa es mi victoria.

Con estas canciones no puedo parar, el tiempo se ha detenido y todo vuelve a comenzar. Recuerdo el primer deseo mutuo, ese que no se olvida, el temor, el susto aquel. Me asalta una ráfaga de aire frío. Esto me recuerda otro momento de mi calendario. La verdad, no sé si tengo estropeado el coco. Mi antiguo barrio me está reclamando. Podemos ir a donde digáis vosotros. Con tal de regresar, o no. En aquel bar de allá, amigos y enemigos van a hacerte recordar lágrimas al suelo. Y este es de los que sigue en pie, no ha sido transformado. En realidad, no está tan mal ser un poco sentimental. Seguimos caminando aparentemente solos. ¿O es que hay alguien más aquí? Tal vez, los latidos en la oscuridad. Sea como sea, siempre me pongo a escuchar canciones que consiguen que te vuelva a amar. No lo puedo evitar. No cambiaría jamás este universo informal. Me marcho a casa, es hora de regresar. ¡Otra noche como esta no es fácil de asimilar!

En fin. Estas últimas citas en cursiva pertenecen a la emblemática Chica de ayer y Relojes en la oscuridad. Canciones que, junto a la genial Grité una noche, paso a ofrecerles en el correspondiente vídeo de Youtube, al término de este artículo.


Tenían clase, su estilo no era provocador. Tal vez por eso fueron relegados junto a otros grupos en las remuneradas preferencias de algunos medios, como revistas y emisoras, bastante influyentes por aquel entonces. Es este un fenómeno interesante. Mientas muchos se quedaron en el camino, algunos de los que permanecieron fueron objeto de dejadez por parte de los enemigos del consumo, que equiparaban interés con marginalidad. Todos tenemos nuestras preferencias, pero a menudo observo en algunos biógrafos o excomponentes el retrato de la obra de un grupo o cantante en tosca comparación con otros coetáneos, como si hubiera que escoger sí o sí, o como si lo comercial hubiera de estar reñido con lo personal (no es casualidad que en poesía suceda lo mismo). Lo cierto es que no comprendo que resulte tan difícil respetar la idiosincrasia y finalidad de cada uno tales grupos, aunque unos nos gusten más que otros (si todos sonaran igual…).

La música de Nacha Pop se desenvolvía entre el rock y el pop, esa vertiente tan mal considerada por algunos. Pero también lo hizo entre la tristeza y la alegría, esto es, entre la introspección de Antonio Vega y la extroversión de Nacho García. Una dualidad coherente que, en lugar de disgregar el conjunto, lo complementaba, flexibilizándolo y enriqueciéndolo (y hay que reivindicar el excelente trabajo y personal inspiración de Nacho García Vega, portador de su propio carisma). Aparte de que, la efervescencia creativa de aquellos momentos ha de hacerse extensiva a cantautores, solistas románticos y grupos de toda índole. Todos ellos hubieron de hacer frente, en un determinado momento, a posturas donde lo comercial era denigrado en favor de lo minoritario y lo cutre. Entre tanto, lo que comenzó siendo una broma de Jaime Conde, la feminización del nombre de Nacho, dio origen al apelativo de una de las mejores bandas de pop españolas (para muchos, la mejor).


Sorteando algunas emisoras personalistas, productores contraindicados y estrategias comerciales inadecuadas, Nacha Pop destacó entre el público más despierto por sus letras directas y profundas. Las unas, más vitalistas, de festivo y cálido desparpajo; las otras, más intangibles y reinterpretables, pero en ambos casos reflejo del estado de ánimo de su autor, con frecuencia, trasladado a todo el conjunto, en un fluir de continuas sugerencias y emociones. A la alegre afinidad de las letras de Nacho García Vega se sumaba la sentida introspección de su primo. Ambos estilos quedaban sostenidos por el rigor personal y la inspiración de aquella andadura sorprendente, capeando siempre las vaguedades y el dogmatismo mediático del underground, en programas de televisión y radio tan punteros como sectarios, en detrimento de lo comercial.

Una postura excluyente que primaba lo independiente frente a lo multinacional (hablo de proyección mediática, no del respeto, conocimiento y cariño del público, aunque la primera perjudicara lo segundo), lo que llegó a afectar a grupos como Los Secretos, Los Elegantes y Nacha Pop. Se les reprochó una personalidad hermética, pero ellos se mostraban abiertos a través de su música. En aquel panorama, Nacha Pop se caracterizó por su originalidad y autonomía. Visto con perspectiva, y acalladas las distinciones chorras, lo mejor de la movida estuvo precisamente en su carácter aglutinante, en su riqueza y variedad, más que en su unívoca representatividad (y no me refiero a los iconos a su pesar). Hubo sitio para muchos, aunque no todos valieron. Pero todos tuvieron algo que decir, aunque hayan pervivido los de mayor calado técnico e identidad musical (incluso, cuando las fuertes personalidades acabaron por disgregar las formaciones que las contenían, tomando cada una su propio rumbo). La espontaneidad y ganas de expresar tuvieron su sitio y valor, pero al final, permanecieron los que sabían -o aprendieron a- tocar y transmitir por medio de sus composiciones. Ninguno de ellos ha pretendido apropiarse de término alguno. Respecto a Nacha Pop, supo encontrar su propio espacio, y el público encontrarlos a ellos, armonizándose a sus fluctuantes y muy humanos ritmos vitales.


Por eso, más allá del exclusivismo y el resquemor que aún se observa hacia quienes, por las circunstancias que fuera, sí sobrevivieron a la década y han sabido mantenerse con el tiempo, destacan figuras y conjuntos muy personales, ajenos al etiquetado coyuntural. En el caso de Nacha Pop, advierto cierta limpieza en el trato con el público y una transparencia de intenciones que, aún hoy, hace que sus canciones perduren. De hecho, un éxito puede no ser inmediato, pero sí perecedero. Yo no sé si son definidores de eso que después se llamó la movida, pero lo que sí sé es que lo son de aquella época: la pletórica década de los ochenta.

Que en aquella etapa tan creativa la poesía estuvo, en buena medida, en las canciones, es ya un pleonasmo. No sé cuántos recopilatorios de imágenes y tonadas de aquellos estupendos años llevamos; he perdido la cuenta, aparte de que me interesan más las fuentes originales que los refritos. Por lo tanto, echen mano de su propia memoria, y si no, constrúyanla. Puede ser que, algunas veces, la música sea el único y más aconsejable compañero de viaje.

La chica de ayer (1980; versión en directo de 1985)

Grité una noche (1985)

Relojes en la oscuridad (1985)



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