Ha nacido una estrella, de Bradley Cooper

17 octubre, 2018

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Vivimos en una época en la que el amor tal y como se ha entendido, a la forma romántica, no deja de estar cuestionado. Sin embargo, más allá de este debate, sabemos que existe una conexión especial entre ciertas personas cargada de cariño y significado. Un vínculo que en muchos casos puede tener una fecha de caducidad, pero que en otros puede alargarse incluso más allá de nuestras existencias. Hay tenemos a quienes, en su viudez, mantienen intacto el nexo con su ser amado. Así como sabemos que existen muchas formas de amor y no solo en la pareja.

Ahora bien, en el mundo de la fama, el amor se observa con cautela y también con turbulencia. Las relaciones entre amor y éxito nunca han sido fáciles y el arte nos ha dejado buenas muestras de ello; en gran parte, la reciente La La Land (Damien Chazelle, 2016) versaba sobre ello, sin ser la única. El mero hecho de estar expuesto al público y que la sociedad, en cierta medida, te exija convertirte en un modelo inquebrantable causa, cuanto menos, más agobio y ansia que auténtico disfrute. Ello no evita que existan relaciones duraderas e, incluso, eternas.

Ha nacido una estrella (A Star is Born, Bradley Cooper, 2018) es el irónico título de la película que hoy comentamos. Irónico en varios aspectos: el eje central del argumento nos brinda, en efecto, el nacimiento de una nueva estrella mediática, en este caso, una cantante, pero a la par nos lleva hacia el abismo de su otro protagonista, y, además, esta película no nace, sino que renace, dado que recupera y revitaliza un argumento ya visto con mismo título en diferentes períodos de la historia del cine.

La primera Ha nacido una estrella fue dirigida por William A. Wellman (1896-1975) en 1937, protagonizada por Fredrick March y Janet Gaynor, en esa ocasión sobre una pareja de actores, algo que repetiría George Cukor (1899-1983) en 1954, en esa ocasión con Judy Garland y James Mason. La temática variaría hacia el mundo de la música en 1976, de la mano de Frank Pierson y con el protagonismo de Barbra Streisand (1942) y Kris Kristofferson. Sin duda, esto provoca que no podamos buscar la originalidad en esta obra, sino más bien un interés en la renovación de una historia ya conocida y en la forma en que un novel en dirección como Bradley Cooper afronta este reto después de otros con más trayectoria como Wellman o Cukor.


La obra nos lleva a la vida de un cantante de rock en pleno éxito, Jackson Maine (Bradley Cooper), que se encuentra envuelto en una vorágine de conciertos, alcohol, drogas y enfermedad que, tarde o temprano, va a provocar una decadencia más que previsible. En una de esas noches de soledad y alcohol tras un concierto, se cruza ante él la autenticidad de Ally (Lady Gaga), cuya actuación primero y su personalidad después la cautivarán. Convencido de sus posibilidades, intentará empujarla a lograr el éxito en la música mientras surge un inevitable romance.

Debemos destacar sin duda la buena calidad de la puesta en escena y el intento por crear una obra visualmente atractiva, que aúna características del cine más académico y clásico, como la secuencia en que aparece el título de la obra mientras la protagonista pasea por la calle, con cierta estética más propia del cine independiente, sobre todo en el uso de ciertas tonalidades o planos detalles; aunque en ocasiones puede resultar excesivo tanto acercamiento a los rostros para intensificar la actuación. Todo ello sin olvidar los momentos más espectaculares, que se consiguen sobre todo con las escenas protagonizadas por la música, cuando destaca y brilla especialmente Lady Gaga, aportando no solo su voz a las canciones de la banda sonora, sino también unos matices interpretativos a cada una de ellas.


Ahora bien, al contrario que en otras obras de estructura similar, como Begin Again (John Carney, 2013), que se asemeja bastante en su desarrollo, aunque tiene un fondo más optimista y sin el lado romántico, la narrativa de la película está descompensada entre sus protagonistas. Para empezar, se proponen diversas ideas en un primer tramo que luego no serán exploradas, curiosamente la mayoría relacionados con el personaje de Ally. Con cierta ironía, el título se refiere a la protagonista femenina, cuando, en realidad, el interés y motor de la historia es la caída hacia la autodestrucción del protagonista masculino. Eso se potencia también en la forma en que se enfocan las distintas tramas, haciendo que las más completas y cerradas sean las relativas a Jackson Maine, mientras que las de Ally quedan en segundo plano o inexploradas.

En este sentido, hay cuestiones que se abren en el primer tercio pero que no tendrán repercusión posterior. Por ejemplo, el rechazo inicial de Ally a los hombres tras terminar una relación a la que nunca se vuelve a hacer referencia, la forma en que ella lidia mal con el trato con los seguidores, algo que cuando ella llega a la fama no se explora, o, en definitiva, la manera en que su historia se va diluyendo y apareciendo en un segundo plano. Incluso una cuestión tan sustancial como que Jackson perciba que ella está perdiendo su esencia como cantante tras sacar su primer sencillo atado por completo a la tendencia comercial reinante, se solventa rápido, con una contundente escena y tres pinceladas más. La escena se trata de una discusión culminante entre ambos, donde salen a relucir traumas personales que habían estado presentes anteriormente en la película, por ejemplo, respecto al físico de ella, y queda complementado con la forma en que ella soluciona este desvío de su esencia musical: el rechazo a las bailarinas, la recuperación de su vieja libreta de canciones o su empeño en seguir cantando junto a él. Pero, reitero, se convierten en detalles que van quedando al fondo de la narración. Es más, podríamos decir que todo este proceso de estrellato es visto desde la perspectiva del Jackson, más que desde el interior de Ally.


Por contra, Cooper se regodea en el proceso de destrucción de su personaje, regalándose todas las posibilidades interpretativas que le permite el personaje. Explora su pasado gracias a su relación con su hermano, Bobby Maine (un estupendo Sam Elliott que se postula como el mejor actor de reparto de la película), que queda muy bien formulada con varios altibajos y una escena de cierre donde cobra sentido su relación. Y también se permite dejarlo caer en todos los errores posibles, como ya avisaba una de las primeras canciones, Shallow, que describía a la perfección al protagonista. En cierto sentido, llega a convertirse en un paradigma repetitivo, en un círculo vicioso de perversión en el que se encuentra el protagonista salpicado ocasionalmente por la lucidez de la música y la explosión más emocional. Se echa en falta, por tanto, haber sacrificado alguna secuencia de este proceso para haber completado y redondeado mejor otras tramas, incluyendo el romance, que queda demasiado idealizado por la vaguedad con la que se afronta en la película.

En conclusión, se trata de una revisión del clásico actualizado, incluyendo la presencia de redes sociales como Youtube o de las tendencias musicales del momento, con un fondo crítico, que está bien realizada y con tramos tan elegantes como su final, con una propuesta seria en la realización y espectacular en su lado musical. No obstante, se trata de una historia descompensada en su enfoque entre ambos protagonistas y reiterativa en su estructura al alternar entre los fallos y vicios de él y el crecimiento musical de ella. 


2 comentarios :

  1. LA verdad es que es un autor que siempre había asociado a comedia pero en un registro dramático tiene que ser muy interesante, así que me gustará verla.
    Besos.

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    1. ¡Hola! La verdad es que ha hecho varias películas cómicas y alguna con un tono más dramático (El Francotirador, por ejemplo), pero creo que esta es donde he visto a Bradley Cooper más inmerso en el drama. Quizás te sorprenda si lo tienes muy asociado a su lado más cómico.

      ¡Un saludo y gracias por tus últimos comentarios! ;)
      Luis J.

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