¡A ponerse series! (XXX): Stranger Things 2

15 noviembre, 2017

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El éxito de la primera temporada de Stranger Things, debido a múltiples factores que ya comentamos en su momento, le dio el impulso necesario para una segunda temporada e incluso para pensar en un futuro más amplio para la serie, como demuestran sus creadores al idear ya hasta una cuarta temporada. No obstante, no siempre los retornos son tan brillantes como el primer viaje, y quizás se han perdido tanto el factor sorpresa como el poder de la nostalgia, lo que al final ha provocado que el espectador se mantenga más crítico con esta segunda temporada que hoy analizamos.

Los hermanos Duffer, creadores y directores de la serie, prosiguieron en esta temporada explorando las posibilidades que proporcionaba el otro lado y también cómo habían quedado afectados los personajes tras las experiencias del año anterior. En un principio, todo parece haber vuelto a la tranquilidad, el primer episodio nos transmite esa sensación, pero en el fondo todos los personajes arrastran tras de sí las cicatrices del pasado. Y quien más lo va a revelar de forma física será Will, que tiene aún visiones del lugar en el que se perdió, visiones que los médicos adjudican a un síndrome post-traumático a pesar de que quizá se trata de un aviso de un peligro mayor.

La pandilla parece haber regresado a sus hábitos más frikis, típicos de la época, como es el mundo de las recreativas, las clases de ciencias, el club de imagen y sonido y los disfraces de Halloween, incluso aunque ya se vislumbra que la adolescencia está llegando. No obstante, no solo el pasado sigue estando presente, en el caso de Mike con la ausencia siempre presente de Once, sino también el inminente presente: la aparición de un nuevo personaje, Max, una nueva integrante femenina con quien cada uno de los chicos tendrá sus más y sus menos, pero que creará una brecha gracias a los primeros escarceos amorosos de la adolescencia, tema que estará bastante presente en la temporada conforme esta se acerque a su fin.


Esta sensación de regreso a la normalidad también se siente en casa de los Byers, donde Joyce cuenta con nueva pareja, Bob, con el que parece idear un futuro más idílico y tranquilo, incluso alejado de Hawkins. Ahora bien, en todo momento sentiremos que la madre de Will sigue ligada y afectada por la desaparición de su hijo y por todo lo que vivió, resultando imposible tanto romper los vínculos con el pueblo como con el laboratorio secreto en el que siguen vigilando de forma constante la evolución de su hijo. De nuevo, Winona Ryder ejecutará su rol de madre sufrida con gran entereza, aunque el personaje vaya requiriendo ya cierta evolución.

Por su parte, Nancy y Steve prosiguen con su relación amorosa con aparente cotidianidad, con la presencia siempre algo apartada de Jonathan. Este triángulo tiene heridas con nombre de amiga, la fallecida Barbara, cuya muerte sigue dando juego narrativo en esta segunda temporada, y muros de falta de iniciativa y confianza. Y por último, Hopper trata de imponer y mantener la seguridad de la rutina en que cada uno de los demás personajes se halla; sin embargo, le resultará realmente imposible, no en vano mantiene en secreto a Once intentando ver en ella a una hija, casi una sustituta de aquella que perdió, mientras que sigue acompañando a la familia Byers a las revisiones en el laboratorio secreto. En gran medida, su idealismo es bastante candente y la realidad volverá a golpearle. Al final, en gran medida, será él quien deba ser salvado.


Ahora bien, el nivel de la temporada ha sido irregular, por varias cuestiones dispares. Por una parte, el mundo más fantástico de la serie se expande con una invasión que tiene un gran tono terrorífico, incluyendo algunos conceptos interesantes con el personaje de Will. Por ejemplo, el juego del doble espionaje, la forma en que lo interrogan o la solución a su posesión, que tiene tintes de exorcismo. Este aspecto acaba siendo un homenaje a las cintas de terror en torno a poseídos por el demonio o abducidos; no faltarán los guiños cinematográficos, y en este orden, a Encuentros en la Tercera Fase (Steven Spielberg, 1977), La invasión de los ultracuerpos (Philip Kaufman, 1978) o El exorcista (William Friedkin, 1973). No obstante, puede ofrecer cierta fatiga para el espectador que se repita el esquema, no de forma idéntica, pero sí formal: la desaparición de Will centra toda la acción y movía la primera temporada como ahora mueve la segunda su posesión, lo que en cierto sentido no permite que el personaje evolucione, de la misma forma que encasilla a otros, como es el caso de Joyce.

Lo mismo sucede con el dúo de Jonathan y Nancy, cuya trama tiene sentido para un aspecto imprescindible del final, al cerrar un hueco dejado en la primera temporada, pero no nos ofrece un avance significativo. Al revés, al encontrarnos con un retroceso en su relación al inicio, deudor de la anterior, en esta segunda temporada tan solo se vuelve a confirmar su conexión. Quien sale favorecido de esta situación es Steve, aquel chulo de buen corazón que seguirá profundizando en su vena más honorable y honesta, saliendo enriquecido además en su vis cómica gracias a su inesperada amistad con la pandilla, especialmente Dustin.


También pierde protagonismo Mike, cuya historia estará supeditada principalmente a la de Will y a las alusiones a Once, a favor de sus compañeros, que tendrán tramas propias y de quienes por fin conoceremos a sus familias. Dustin nos recordará el peligro de ciertas mascotas, al más puro estilo Gremlins (Joe Dante, 1984) aunque sin advertencias previas, mientras que Lucas será el puente por el que se introduzca a Max, nuevo personaje femenino que enriquece el espectro del grupo protagonista con cierta toque rebelde. Esta última será una de las nuevas incorporaciones, junto a un hermano bastante agresivo, un rebelde sin causa, pero que traen de fondo una historia en torno al maltrato y las presiones familiares, que queda pendiente para la siguiente temporada. Finalmente, entre Dustin, Lucas y Max tratan de componer un triángulo amoroso de resultado más que evidente. En general, las tramas amorosas serán bastante endebles.

Curiosamente, el personaje de Once representa a la perfección la irregularidad de la temporada antes mencionada, incluso con un inicio algo inconsistente para justificar su aparición. Por una parte, su relación con Hopper es de lo mejor de la temporada, logrando que sea una de las que mejor crezca en pantalla y permita también al sheriff mostrar más facetas sin perder su fondo esencial en torno al tema de la paternidad perdida, aquí tratando de crear un nuevo vínculo como el perdido. Pero por otra, aunque la intención de que Once ahonde en su trágico pasado nos pueda resultar acertada, toda su trama queda muy distanciada de las demás, especialmente con el vilipendiado capítulo siete, La hermana perdida, que supone un paréntesis más orientado a una tercera temporada que a la conclusión de esta.


Un problema que no procede tanto del contenido de esta subtrama, que vendría a incorporar la idea de más niños con poderes gracias a la aparición de Kali, lo cual resulta lógico, sino de la forma en que se incorporó, primero con un capítulo que frena todas las demás historias, cuando podría haberse podido incorporar fragmentadamente como se había hecho hasta el momento con todos los personajes, y después con un tono que se aleja bastante del ambiente de Stranger Things, lo que unido a lo antes mencionada provoca un contraste muy abrupto. Por cierto, no han faltado las menciones a las semejanzas con Star Wars, en concreto el entrenamiento con Yoda en El imperio contraataca (Irvin Kershner, 1980), en la forma en que Once se entrena con Kali, aunque también cabría mencionar la similitud con X-Men: primera generación (Matthew Vaughn, 2011) en la relación entre Magneto y Xavier.

En resumen, este problema de montaje también se nota en la forma en que sentimos desconectados a todos los personajes durante la temporada. Aunque al final todos coincidan juntos, no sentimos la redondez que hacía que sus caminos se entrelazaran en la primera temporada; es más, la conclusión del penúltimo capítulo y gran parte del último se convierte en un deus ex machina. Esta cuestión unida a la sensación de repetición y a la ausencia del factor sorpresa nos ha ofrecido mayor sensación de decepción. Sin embargo, y sin duda alguna, se consolida su carisma. En general, la introducción de nuevos personajes enriquecen, como Max o Bob (Sean Astin), representante de los primeros frikis y con algún homenaje a Los Goonies (Richard Donner, 1985), además de algunos personajes de fondo que sirven para apuntalar a los principales, como la madre de Dustin o la hermana de Lucas. No faltan sus característicos homenajes al pasado más ochentero, marca de los Duffer, pero han orientado demasiado la temporada hacia el futuro, tanto que quizás se han olvidado que había un presente que cuidar. 



Escrito por Luis J. del Castillo

Próximamente: Galáctica, estrella de combate




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