Kubo y las dos cuerdas mágicas, de Travis Knight

17 septiembre, 2017

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He defendido siempre que al ser humano le gustan las historias, sobre todo las historias bien contadas. Con cierta asiduidad lamentamos, como es lógico, la falta de un hábito lector generalizado en la población o incluso cierta relación más afectiva con la lectura; carencia que se suele explicar por diversos factores, entre los que podríamos mencionar la frialdad con la que a veces se lega esa conexión tan necesaria, pero que puede llegar a resultarnos tan lejana. Porque, después de todo, para comprendernos, no hay nada mejor que tratar de contarnos, de encontrar similitudes en otras vidas, sean reales o ficticias, y de observar el mundo desde ojos ajenos, aunque en realidad siempre sea a través del filtro personal e individual de cada uno. Esa importancia de las narraciones personales se halla en Kubo y las dos cuerdas mágicas (Kubo and the Two Strings, Travis Knight, 2016).

El estudio Laika, con uno de sus animadores y productores como director novel y a la cabeza del proyecto, Travis Knight (1973-), vuelve a traernos una deliciosa animación en stop motion siguiendo las buenas producciones marcadas por obras como Coraline (Henry Selick, 2009), sin duda su cabeza de buque, ParaNorman (Chris Butler y Sam Fell, 2012) o Los BoxTrolls (Graham Annable y Anthony Stacchi, 2014). Sin embargo, se aleja del tono inicial más cercano al mundo del terror con cierto toque paródico, pero no pierde la estela ni la sensación de estar contándonos un cuento moderno sin renunciar a sus elementos más tradicionales y primitivos, que siguen teniendo el poder de cautivarnos.


Kubo es un joven contador de historias, una especie de juglar que con su shamisen y ciertas habilidades mágicas otorga vida a títeres papirofléxicos para fascinar a sus convecinos, aunque no es un narrador completo: es incapaz de acabar sus historias, porque antes de que llegue la noche, debe regresar a casa, por mandato de su madre. Se refugian de la mirada de su abuelo, el Rey Luna, quien derrotó a su padre, el guerrero Hanzo, y le arrebató su ojo izquierdo. Sin embargo, en un acto imprudente, Kubo les pone en peligro y, a partir de ese momento, deberá comenzar la búsqueda de la armadura de la leyenda para poder derrotar a su abuelo, contando para ello con la compañía de una mona seria y gruñona, último legado de la magia de su madre, y un samurái maldito, convertido en un gigantesco escarabajo.

Como podemos observar, estamos ante un viaje que acabará por ser cíclico y donde la experiencia del camino revela la maduración interna y personal del protagonista. La estructura es clásica: el viaje y búsqueda de tres objetos que le proponen diversas pruebas con las que se medirá cómo de adecuado es nuestro protagonista como heredero de sus padres y, por tanto, como elegido para su misión vital. En ese trayecto, no faltarán los momentos de acción contra los villanos e incluso un anticlimax marcado por el engaño del antagonista principal, que derivará finalmente en la última y definitiva batalla. Además, su resolución tendrá más que ver con las auténticas raíces de Kubo, con su capacidad para contar historias y ver la humanidad a su alrededor, que con el belicismo de la armadura de leyenda, dando un paso más hacia otra clase de finales, alejados del exterminio del otro. Con todo, quizás el optimismo final llega a ser excesivo, como en la escena en que los habitantes del pueblo ayudan al protagonista en esa visión idealizada del ser humano.


Por otra parte, cabe destacar la importancia de la familia en la película, para lo cual seguiremos una división en tres partes. El primer tramo supone la ausencia familiar para Kubo con una madre enferma de manera semejante a como estaría un enfermo de Alzheimer, lo cual es una interesante propuesta argumental para una obra catalogada para un público infantil. La falta de respuestas ante la soledad y la perspectiva de continuar así en el futuro, sin ninguna persona en quien apoyarse, será la causa que provoque el dolor del protagonista y su despiste ante la llegada de la noche.

Comienza así la segunda parte, relativa al viaje junto a la mona y el escarabajo, donde se propone un modelo familiar extraño, pero adecuado y feliz para el protagonista: no importa tanto que no sean o no parezcan padres normales, sino que se sienten como tales, otorgándole una felicidad hasta el momento desconocida. Otro buen punto para esta obra en su género, aunque quizás el giro argumental sobre estos dos personajes lo desmerece un tanto, como también podemos notar cierta carencia en la parte dramática y trágica de la historia, a la que no se le otorga el espacio necesario para sentirla adecuadamente. El último tramo es la aceptación del destino que suele esperar a los hijos. Pero también el sentido de que la familia no acaba, sino que siempre permanece y resurge, como bien representan las cuerdas mágicas.


Sin duda, Kubo y las dos cuerdas mágicas es una buena película de animación, cuyas carencias se deben tanto a la limitación del formato, recordemos lo difícil y costoso que es el stop motion, como quizás en haber intentado permanecer en un plano más comercial, sin arriesgarse en demasía. Pese a todo, resulta evidente la intención del estudio Laika por superarse y obtener influencias no solo en el cine de Hollywood, sino más allá de sus fronteras, como podemos observar por todos los elementos que se recoge del cine japonés, tanto rasgos visuales presentes también en el anime como narrativos, baste mencionar el Viaje al Oeste (1590).

Es decir, estamos ante una aventura clásica, con una búsqueda tan real, la de los objetos, como metafórica, la de la identidad, la familia y la autosuperación, y un retorno donde quien ha cambiado para siempre es el protagonista. Seguramente, no encontraremos ninguna novedad llamativa en esta historia, pero podemos decir que es un cuento muy bien narrado a partir de unos efectos de gran calidad en la animación stop-motion, que la elevan seguramente como uno de los ejemplos más bellos en su género, y sin perder la oportunidad de sentir su potencia visual con momentos de acción, humor y drama, paisajes hermosos y algunas secuencias inquietantes, sabiendo transitar por todas ellas. 

Escrito por Luis J. del Castillo


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