¡A ponerse series! (XXVII): Stranger Things

26 marzo, 2017

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Esta reseña comenta detalles de la trama de la primera temporada (spoilers no resolutivos)

Juventud, aventuras, ciencia ficción, cuentos audiovisuales, un mundo que explorar, creaciones inolvidables y una infancia que se acercaba a un punto culminante de no retorno. Esa fue una de las grandes explosiones que se dieron en los años ochenta del siglo pasado y cuyas consecuencias aún nos alcanzan. Consecuencias que se basan en la nostalgia de la magia de ese tiempo, que está siendo rentable dado que se crearon entonces modelos que ahora pueden ser reutilizados, revisados, recreados o resucitados.

Resulta obvio comentar que hay un abismo entre la empresa que quiere el máximo rendimiento económico y los actuales directores que fueron niños o jóvenes en aquellos años y que quieren ofrecer su tributo a las aventuras que les encandilaron.

Aunque ambas tendencias pueden coincidir, no siempre acaba por salir bien, sobre todo con reelaboraciones que no terminan de convencer ni a público ni a crítica. Por el contrario, algunas obras logran brillar y cautivar, como ha sido el caso del éxito de Netflix auspiciado por los directores y guionistas mellizos Matt y Ross Duffer (1984), la serie Stranger Things (2016-).


Como sucedía con Super 8 (J. J. Abrams, 2011), la serie nos ofrece una historia original que bebe de aquellas aventuras de antaño, aunque su elaboración sea mayor en este caso permitiéndose un mayor número de referencias, cruces argumentales y hasta diferentes estilos narrativos. Adentrándonos en la anodina población de Hawkins, el inicio de la serie lo marca la desaparición de Will Byers (Noah Schnapp) cuando volvía a casa tras pasar el día jugando una partida de rol de Dragones y Mazmorras con sus amigos. A partir de ahí, todos los personajes, agrupados en líneas paralelas que acabarán por cruzarse, tratan de investigar y encontrar a Will, acercándose cada vez más a un peligroso misterio guardado por el gobierno. A su vez, en el pueblo aparece una peculiar niña con extrañas y sobrecogedoras habilidades.

La serie avanza a través de líneas cruzadas, separando a los protagonistas en grupúsculos que abordan diferentes problemas relacionados tanto con su manera de afrontar la situación como de solucionarla, además de plantear sus diferentes conflictos personales. Todos acabarán avanzando hacia un mismo destino, hasta que sus caminos se entrecrucen en los últimos episodios y se resuelva la trama principal. De esta forma, estamos ante continuos cliffhanger, incluso en el capítulo final, que como es costumbre en las series actuales, tratan de fidelizar al espectador. No obstante, la calidad de la obra va más allá de este recurso y tiene que ver con su manera de contar la historia y de dar credibilidad a sus personajes.


Para empezar, no estamos ante una serie genuinamente original, todo lo contrario: sabe que está reciclando ideas que homenajea de una época concreta, tanto que hasta en lugar de basar la historia en la época actual, como hace La La Land (Damien Chazelle, 2016) en su homenaje a los musicales clásicos, lo ambienta en los años ochenta. A pesar de ello, consigue sentirse nuevo, transmitiendo esa mezcla de emociones y conexión que las obras de las que se alimenta, sin que, además, ninguna acabe por sobreponerse a las demás.

Para ello, podemos echar un vistazo a los distintos grupúsculos-trama que desarrolla. En primer lugar, la pandilla de niños frikis: les gusta la ciencia, quieren montar una radio en el colegio, pasan las tardes enteras jugando partidas de rol de Dragones y mazmorras, se pasean en bicicletas por el pueblo y hasta sufren abusos de los niños populares. Son la herencia de los niños que protagonizaron Los Goonies (Richard Donner, 1985), Exploradores (Joe Dante, 1985), Cuenta conmigo (Rob Reiner, 1986) o E.T., el extraterrestre (Steven Spielberg, 1982), entre otros, con una amistad consolidada, pero también abierta al conflicto, con roles que se acercan al cliché. Nuestra principal atención se centra en Mike Wheeler (Finn Wolfhard), quien comparte mayor tiempo con Once y que establece con ella el lazo más fuerte, al estilo de la amistad entre Elliot y ET en un principio, tratando de enseñarle su mundo, y acabando por un acercamiento al romanticismo pueril o al primer contacto amoroso e inocente.


Menor desarrollo cuentan sus compañeros: Lucas Sinclair (Caleb McLaughlin) es su mejor amigo y, a la vez, quien más le debate, casi una especie de rival en las disputas donde divergen en actitud, aunque su amistad suela prevalecer a pesar de las circunstancias, y Dustin Henderson (Gaten Matarazzo), más bonachón, similar a Gordi de Los Goonies, que suele aportar la nota más humorística al grupo mientras trata de mantenerlo unido. Como es obvio, el personaje de Will apenas cuenta con presencia en pantalla, lo que no impide que lo conozcamos precisamente por la huella que ha dejado en los demás. Un chico indeciso pero valiente, por el que sus amigos se atreven a arriesgarse, que cuenta con una sensibilidad que, aparte de haberle convertido en blanco de burlas, incluso de rechazo por parte de su padre, le otorga cierta madurez precoz. Con todo, cabe mencionar el hecho de que su trama suele avanzar de una forma extremadamente lenta, con ciertas situaciones que pueden provocar cierto hastío en el espectador entre los capítulos intermedios frente a las tramas de los adultos.

Íntimamente relacionado con ellos, encontramos a Once (Millie Bobby Brown), la joven que gracias a este grupo de amigos encuentra su lugar en el mundo. Víctima de experimentos científicos gubernamentales por parte del doctor Martin Brenner (Matthew Modine), quien dice ser su padre, en el camino de la serie conocerá tanto un mundo que le había sido prohibido como el amor y el cariño real por el que no temerá luchar para protegerlo. De manera significativa encontramos la diferencia radical entre la distancia que el doctor establece en los experimentos y en el uso de sus poderes, que veremos en flashbacks, con el trato maternal que le otorgará Joyce (Winona Ryder), la madre de Will. Sobre todo porque en un lado observamos cómo ignoran sus emociones por considerarla una cobaya o, peor, un arma, mientras que en el otro no solo hallará agradecimiento, sino también afecto y calor humano. Todo ello irá provocando un cambio lento en el personaje desde su primera aparición más bestial e individualista, tratando siempre de salvarse, hasta el control racional que ejercerá sobre sus poderes para proteger a quienes quiere.


Por otra parte, y subiendo en edad, tenemos la trama de calado más adolescente, protagonizada por los hermanos mayores de Will y Mike, Jonathan (Charlie Heaton) y Nancy (Natalia Dyer) respectivamente, junto a la pandilla más macarra encabezada por Steve Harrington (Joe Keery) y la mejor amiga de Nancy, Barbara Holland (Shannon Purser). Este conjunto entremezcla las historias románticas al estilo de Grease (Randal Kleiser, 1978) o incluso West Side Story (Robert Wise, 1961), aunque sin música, con el slasher, sobre todo conforme avance la trama con la desaparición de más personas. Como su hermano menor, Jonathan es un inadaptado, aficionado a la fotografía, sobre el que pesa cierta incapacidad social debido a su carácter retraído. Junto a estos rasgos, una acción casual y desafortunada lo pondrá en la mira de Steve, quien comenzará una rivalidad que irá in crescendo cuando su supuesta novia comience a acercarse a él. No obstante, a pesar de caer en clichés obvios, el tramo final ofrecerá un ligero giro de tuerca, mostrando que el fondo, Steve es más honesto de lo que aparentaba. De la misma forma que Nancy mostrará arrojo y Jonathan se sobrepondrá a su timidez para ejercer de líder.

Como se ha podido deducir, la serie pendula entre dos familias principales: los Wheeler y los Byers. Los primeros arrojan una imagen de perfección a la norteamericana, pero la serie muestra siempre sus fisuras, mientras que a los segundos se les muestra como una familia desestructurada, con un padre ausente y desinteresado en sus hijos, una madre excesivamente ocupada por su trabajo y la tragedia de la desaparición del hijo menor, Will. Estas diferencias se remarcan incluso visualmente, siendo lo más evidente el aspecto desigual de sus hogares: la casa de los Wheeler parece sacada del vecindario de Eduardo Manostijeras (Tim Burton, 1990) mientras que la casa de los Byers casi parece un hogar prefabricado, desordenado y alejado del resto de civilización, al situarse en las lindes de un tenebroso bosque.


Pero van mas allá. Resulta evidente el rol protagonista de Joyce como madre coraje que trata de nadar contracorriente para rescatar a su hijo. Además, por lo que nos dejan ver los flashbacks, existía una relación maternofilial estrecha, con confidencias. Ella conocía y se interesaba por sus gustos y por todo lo que hacía su hijo. Por contra, Karen Wheeler (Cara Buono) no consigue crear un auténtico vínculo con sus hijos, incluso aunque se remarca en los diálogos hasta en tres ocasiones su intención de que la vean como alguien en quien confiar. Sin embargo, ni Nancy ni Mike compartirán esta aventura con ella, quedándose siempre al margen. De la misma forma, su marido será un personaje apartado, un retrato satírico sobre el habitual padre de familia que ni se interesa por la familia ni por el hogar. En definitiva, la perfección idílica de los Wheeler acaba por resultar tanto fría como irreal frente al sentimiento y la cofraternidad de los Byers, sin que por ello los personajes sean negativos o positivos, sino, simplemente, más auténticos.

Por último, pero no menos importante, el jefe de policía del pueblo, Jim Hopper (David Harbour), presentado como un hombre de costumbres y comportamiento censurables, pero que demuestra siempre ser honesto y preocuparse de verdad por el caso, hasta llegar al fondo de la cuestión. La serie nos lo irá dando a conocer no solo de forma directa, sino también a través de los comentarios externos, mostrándonos que detrás de ese muro antipático, se encuentra un alma resquebrajada, como acabarán por mostrarnos en la recta final de la temporada en una comparativa entre la situación que vive en el presente con el hecho traumático que vivió en el pasado. A su vez, representa a las fuerzas del orden en carácter positivo, aquellas que buscan la justicia y el lado humano, sin dejarse cortar en su empeño por innecesaria burocracia o cortapisas a su libertad para investigar.


Como hemos podido ver, Stranger Things combina elementos de la ciencia ficción y el terror manteniendo cierta mística misteriosa en torno a ambas fuentes, característica que nos recuerda al Spielberg de los cuentos que fueron E.T. o Encuentros en la Tercera Fase (1977). Lo paranormal es abordado con dos personajes antítesis, aunque en realidad ambos sean letales: Once y el monstruo de apariencia extraterrestre, llamado Demogorgon por los protagonistas, cuyo origen es desconocido. A través de ambos encontramos guiños que van desde la ya mencionada E.T. (como el disfraz con que los niños visten a Once) hasta Alien, el octavo pasajero (Ridley Scott, 1979), con la morfología del monstruo. Es tal el cúmulo que podemos citar la semejanza con imágenes de Poltergeist (Tobe Hooper, 1982), con algunas secuencias sobre los sucesos paranormales, como el contacto a través de las paredes, Carrie (Brian de Palma, 1976) u Ojos de fuego (Mark L. Lester, 1984), especialmente por los poderes de Once, La cosa (John Carpenter, 1982) o hasta Tiburón (Steven Spielberg, 1975), estos dos últimos por los rasgos del monstruo, incluyendo la atracción que le suscita la sangre, o la sensación de peligro que crea a su alrededor, aún cuando no es visible para el espectador o para los personajes. Como curiosidad, algunas de estas películas mencionadas aparecen reflejadas como pósters dentro de la escenografía de la serie, en un evidente guiño no solo temporal, por el desarrollo cronológico de la serie, sino también como homenaje creativo.

Toda esta herencia de la estética ochentera llega también a la música, obra de la banda electrónica Survive, compuesta por Kyle Dixon y Michael Stein. Entre ellos, es de agradecer la recuperación del sintetizador, presente desde la introducción de los créditos, así como el uso de canciones de la época o justo anteriores, con grupos como The Clash (1976-1986), The Seeds (1965-1972), David Bowie (1947-2016), Foreigner (1976-), Tangerine Dream (1967-), Vangelis (1943-) o hasta Dolly Parton (1946-), sin olvidar la reutilización de temas clásicos de Johan Sebastian Bach (1685-1750) o Johannes Brahms (1833-1897). Cabe mencionar que uno de sus elementos más pobres reside en un doblaje muy irregular, que nos hace preferir y recomendar la versión original.


En conclusión, la serie nos lanza a los ochenta con un gran carisma y ofreciéndonos una historia a la que engancharse sintiendo que revivimos algunos clásicos, pero sin perder la sensación de novedad. Algunos de sus elementos toman una entidad propia que les separa del simple homenaje y que, en su conjunto, nos ha dejado una serie ligera con la que disfrutar. Solo cabe esperar que la segunda temporada mantenga o hasta supere el nivel de esta primera.

Segunda temporada reseñada


Escrito por Luis J. del Castillo

Próximamente: Lou Grant





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