El autocine (XXIX): La ciudad sumergida, de Jacques Tourneur

10 septiembre, 2016

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Dice el excelente poema La ciudad y el mar (1831), de Edgar Allan Poe (1809-1849), que bajo las aguas reposa una ciudad extraña, solitaria, oculta y lejana, ya solo gobernada por la Muerte.

El lugar nos retrotrae al humano y orgulloso pasado de Mu, de la Atlántida o de cualquier otra civilización real o imaginada que, como la cretense, hermana atalayas y sombras que parecen suspendidas en el aire.

Son unos sugestivos y melancólicos versos, que el interesado puede encontrar en la reciente edición de la poesía completa del autor, a cargo de Cátedra (Letras Universales, 2016).

Por supuesto que el poema de Poe es tan solo el punto de partida, por no decir el pretexto, para un relato algo más desarrollado; en este caso, por los guionistas Charles Bennett (1889-1995) y Louis M. Heywood (1920-2002), y el estupendo realizador, en todos los géneros en que intervino, Jacques Tourneur (1904-1977), que con la presente película cerró su filmografía.

Siguiendo la estela de las producciones puestas en marcha por la compañía independiente American International Pictures, basadas muy libremente (aunque muy gozosamente) en las narraciones y la poesía de Poe, generalmente bajo la diestra dirección de Roger Corman (1926), La ciudad sumergida (War-Gods of the Deeps / The City under the Sea, AIP, 1965) emerge como uno de sus más estimulantes cometidos, al menos, sobre el papel.


Tras unos títulos de crédito iniciales que parecen un añadido al capricho de las copias de exhibición (la AIP solía presentar sus créditos solo al término de cada relato, como una característica de la casa) y el recitado de varios de los versos del referido poema, nos situamos en una indeterminada zona costera de Inglaterra, donde unos marinos y el ingeniero de minas Ben Harris (Tab Hunter), descubren el cuerpo sin vida del hasta entonces abogado de Jill Tregillis (Susan Hart), nueva propietaria de una de esas maravillosas mansiones que hacen equilibrios al borde de un acantilado. Ambos son americanos y pronto serán extraños no solo en esta tierra, sino también en el mar que la circunda.

Al grupo se unirá uno de los invitados locales de la joven, el pintor Harold Tufnell-Jones (el bueno de David Tomlinson), que se muestra irracionalmente obcecado en llevar consigo a un engorroso pollo. Estando en la mansión, son sorprendidos por una misteriosa presencia, por lo que todos los personajes (incluido el pollo) acabarán descendiendo por un pasaje hasta las profundidades de los acantilados, para descubrir el misterio que estos albergan: la ciudad sumergida.


No es el mejor momento para ejercer labores de expedicionario, pues un volcán submarino ha comenzado a redoblar su actividad sísmica y amenaza con destruir la sugerente obra de siglos de ocultamiento; los restos de una civilización, ahora tan solo poblada por unos tristones branquiales, y por el capitán Hugh (el siempre entregado Vincent Price), que se apropió de las ruinas junto con otros miembros de su tripulación.

Pero el hecho es que Jill ha sido raptada por algún ignoto propósito y no queda tiempo que perder, en ninguno de los sentidos (el metraje manda). Sorteando los vericuetos de una gruta, un pozo, un pequeño túnel y un puente (una de las imágenes más conseguidas de la película, junto con la de la casa o los restos de la urbe bajo el mar), los protagonistas descubrirán que existió otra humanidad.

El esquemático desarrollo del guión no da para mucho más (la ya imprescindible reencarnación de la amada del capitán en Jill), pero aporta elementos de cierto atractivo, como el bien intencionado paseo con escafandra para tratar de escapar, el comentario, que se revelará cierto, de que el mar vomita a un muerto cada vez que se escuchan unas fantasmales campanadas bajo las aguas, o la sorprendente longevidad de los habitantes de la ciudad “enterrada” en el mar, desequilibrio producido igualmente por el volcán (hacedor de vida y de muerte), que como en Shangri-La, impide que los personajes puedan abandonar el emplazamiento.


Por todo ello, La ciudad sumergida es una simpática producción que, pese a sacrificar parte del suspense en favor de una familiar y algo ramplona comicidad, se ve con agrado y hace partícipe al espectador, más que de una suspensión, de una inmersión de la credulidad. Dicho de otra manera, para nada hiriente, pues no lo merece, diría que la capacidad de fascinación, acorde a los escasos medios y a las nobles intenciones, se halla más en la formulación de la premisa que en su ejecución, llana pero honesta.

Es un tipo de argumento que volverá a probar fortuna en producciones de no escaso interés, tales como La ciudad de oro del capitán Nemo (Captain Nemo and the Underwater City, James Hill, 1969), o la mini serie televisiva Goliat está esperando (Goliath Awaits, Kevin Connor, 1981).

Escrito por Javier C. Aguilera


2 comentarios :

  1. Acabo de descubrir el blog (gracias a la entrada sobre el teniente Colombo y espero ir leyendo las entradas poco a poco. Sigan así :)

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    1. Hola, Saturnino :)
      Nos alegramos de que te haya gustado nuestro blog, espero que te animes a seguir comentando con nosotros tu opinión acerca de películas, libros, series, etc.

      ¡Un saludo!
      Luis J. del Castillo

      Eliminar

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