Clásicos Inolvidables (XCIV): Rimas, de Gustavo Adolfo Bécquer

22 marzo, 2016

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La influencia del pasado en el presente es ineludible en todos los aspectos, también en el arte, a pesar de que los enfoques puedan variar. En esta actualidad tan voluble, resulta curioso observar cómo el movimiento romántico sigue estando muy presente en nuestra forma de concebir aspectos sociales como las relaciones, el amor o la figura del artista, concepciones que en la actualidad poco tienen que ver con la figura medieval o con la ilustrada, de carácter más didáctico y utilitario. Hay varias voces críticas con la concepción del amor romántico, pero a pesar de ello, sigue estando muy vigente y, quizás por ello, resulta tan fácil realizar una lectura de la poesía romántica e identificar nuestros sentimientos y emociones, como si esa fuera la expresión idónea de nuestra atracción y de nuestras pasiones.

Este tipo de lectura tan visceral y sincera a la par se aleja del sistema de pensamiento que regía realmente la escritura de esta poesía. Nos ofrece en muchas ocasiones puro sentimiento, pero su interpretación más radicalmente histórica quizás nos sorprenda y nos aleje de esta forma de pensar. Pese a ello, queremos valorar y apreciar las distintas lecturas que se pueden realizar de una obra y también el sentimiento más íntimo que se crea entre lector y literatura. 

En mi caso, me he acercado a estas Rimas de Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870) en tres ocasiones puntuales, aparte de alguna relectura casual y fragmentaria, lo que me ha permitido observar hasta tres interpretaciones distintas. La primera ha sido la más primaria, la más esencial, que es aquella referida al puro sentimiento, a lo bonito llanamente de la poesía; la segunda me descubrió la importancia de la división entre razón y corazón y lo que realmente significó para Bécquer su célebre verso Poesía eres tú. La tercera, esta última, me ha permitido abrir la puerta a cualquier de las anteriores dos opciones y a la que tenga que llegar. En ocasiones, la crítica se empeña en buscar y dar sentido a una obra a raíz de lo expresado por el autor, y si bien es cierto que no podemos eludir la radical historicidad de cada libro, tampoco podemos desdeñar la visión que un lector actual o incluso futuro pueda tener de esa misma obra. Siempre será enriquecedor conocerlo y así debe defenderse, pero no considero que imponer una determinado interpretación sea algo coherente con la libertad que impregna al acto de leer en cuanto a que una obra literaria solo se completa cuando alguien la lee, y no cuando es escrita.

G.A. Bécquer (fotografía de M. de Herbert)
Entre la multitud de ediciones que se han realizado de las Rimas, incluyendo la habitual de Cátedra, las numerosas versiones didácticas o incluso el interesante ensayo que plantea sobre la obra Luis García Montero en Gigante y extraño, en esta ocasión he escogido una edición reciente que resultará atractiva para lectores que quieran acercarse a la poesía de Bécquer sin un excesivo estudio. 

Este es el caso de este libro de Izana Editores, orientado como puente para Francia, incluyendo traducciones de algunas rimas; con una amena introducción, se realiza una síntesis biográfica, temática y hasta métrica que es suficientemente exhaustiva, quizás algo excesiva en el caso métrico, pero que resultará adecuado para comprender la suerte y el fondo de la poesía becqueriana. Además, se altera el orden clásico, que fue realizado por los editores y amigos del poeta, para adecuarlo al Libro de los gorriones, el manuscrito que se conserva de la poesía de Bécquer y de la forma en que este realmente las distribuyó. Por ello, en nuestro comentario realizaremos una señal entre números romanos (orden clásico) y arábigos (orden de esta edición).

La atracción que Bécquer ha suscitado se debe a la claridad de su poesía, que ha sido un referente y una influencia clara para importantes poetas posteriores, desde Rubén Darío (1867-1916) hasta Luis Cernuda (1902-1963). Pertenece este poeta a una segunda generación de poetas románticos, de los más importantes junto a la gallega Rosalía de Castro (1837-1885), aunque diferenciados de los primeros románticos españoles por la depuración de lenguaje, menos retórica, más parco y, por tanto, más próximo y cotidiano para el lector. Una palabra más desnuda que aún hoy resulta cercana para cualquiera que se acerque a la poesía becqueriana.

Lo que no resulta tan evidente es la lectura que se esconde tras esta poesía. Porque el poeta, como planteó en sus textos teóricos, no concibe la creación poética cuando siente, sino que tan solo escribe, cuando no siente, lo que nos demuestra que detrás de sus pasionales rimas se haya realmente una meditada creación artística. Hay una división del mundo que procede de la Ilustración y que señala dos polos: razón y corazón. Durante el Romanticismo, la balanza se inclinó hacia el corazón, el sentimiento, pero pasado por el filtro de la razón. Porque, en efecto, esta división afectaba a más aspectos de la realidad y demostraban una ideología alejada de nuestro ideal contemporáneo y considerablemente machista: la razón es lo masculino, lo construido por el hombre, el poeta, el corazón es lo femenino, la naturaleza, la mujer a la que se refieren los versos. Así, la mujer queda divinizada, apartada de la realidad, puro sentimiento en ebullición, pero alejada de la razón. De ahí procede la alusión a la poesía como una mujer, que ha sido una constante en la literatura (ahí tenemos Vino, primero, pura de Juan Ramón Jiménez o la revisión que realizó Javier Egea en su poema Poética y que demuestra su cercana vigencia).

Cuadro de Cayetano de Arquer Buigas
Obviamente, desde la perspectiva actual, podemos desprendernos de esa visión y considerar una alabanza positiva toda esta poesía, pero ese es el pensamiento que subyace en Poesía eres tú, una forma de pensar que aleja a la mujer de poder intervenir en la realidad social, porque ella es la propia materia poética. La otra visión de la mujer en la época era la denominada ángel del hogar (en esa triple concepción de madre, esposa e hija) por parte de autores como Campoamor (1817-1901). En Bécquer observamos el contraste de forma continua entre razón y corazón, ¿pero existe realmente la mujer o tan solo es ese otro lado del propio hombre, su corazón, en esa irrefutable lucha que todos mantenemos en nuestro interior? 

A su vez, nos da la clave de nuestra realidad: Podrá no haber poetas; pero siempre / habrá poesía (Rima IV o 39), porque siempre existirá la naturaleza o las mujeres, que pertenecen a la poesía, pero no necesariamente la capacidad estética del poeta que escribe. Y ese es el interés del poeta, como nos revela de una forma cruda en la Rima XXXIV (65), donde se demuestra la atracción por una mujer estúpida (sic), pero bella y mantenedora del secreto del que se extrae la poesía. Finalmente, sobre esta dualidad, Bécquer también planteará que solo el genio puede dominar la inspiración y la razón en su Rima III (42), donde describe ambos conceptos de forma poética y alejado de la tendencia amorosa.

Cuadro de I. Aivazovski e I. Repin (1877)
No obstante, recalamos de nuevo en la multitud de lecturas e interpretaciones. Hay quienes han visto en esta poesía el amor desmedido de un amante al ser amado y esta forma de lectura es tan lícita como la interpretación de su tiempo. La poesía en tanto que refleja gran parte de nuestra intimidad y esencia como ser humano no solo es expansiva, sino también profunda. Así lo revela Bécquer en su Rima XLVII (2), donde se nos muestra cómo el conocimiento puede permitirnos ver los límites de nuestro mundo (cielo, mares, tierra, abismos), pero que la profundidad de nuestro corazón es insondable (¡Tan hondo era y tan negro!). 

Resulta curioso pensar que albergamos en nosotros mismos todo un universo capaz de competir con el que nos rodea, pero incluso yéndonos al parámetro de la ciencia, es una realidad que somos una composición tan grande como el universo, aunque a diferente escala. Nuestros sentimientos o, en fin, lo que somos, nos turba, en palabras del poeta, y aunque en este caso pueda referirse al amor (en tanto que la rima anterior era una queja amorosa y esta temática atraviesa todo el poemario), realmente cabe pensar en cuántas cosas caben en las acciones de la humanidad.

El deseo por la amada se refleja en la pasión y la fuerza que desprenden las Rimas XXIII (22) y XXV (31), la primera de una forma más sencilla y efectiva (Por un beso... ¡yo no sé / qué te diera por un beso), y que revelan la entrega absoluta por el amor o, quizás, por la fuerza más sensual; así vemos tanto el beso, más carnal, como la ardiente chispa que brota / del volcán de los deseos, en lugar de otros elementos de admiración por la amada. En este sentido, no hay descripción de la amada como sucede, por ejemplo, en la poesía renacentista y barroco, sino una enumeración que conforman un conjunto de lo que se da por lo que se entrega, algo paralelístico a la relación carnal y amorosa. 

Cuadro de Caspar D. Friedrich
Cabe destacar el valor panteístico que se otorga a esta tipo de relación, que también estará presente en autores posteriores (queremos destacar aquí a Vicente Aleixandre [1898-1984], que también relacionará a la muerte con el amor, recuperando el tema de la Rima LXXVI [74]), o la proyección del sentimiento hacia la realidad. Sobre este último caso, tenemos la popular Rima LII (38), que empieza Volverán las oscuras golondrinas, donde se hace la relación de los elementos que se compartieron con la amada y el desengaño del amante que recrimina la ruptura de la relación, en un estilo similar al poema El cuervo de Poe, con el estribillo ¡No volverán!, un recurso poético habitual en las Rimas. Por otra parte, y regresando al panteísmo, encontramos la mímesis entre los personajes poéticos con los elementos de la naturaleza o del paisaje, tanto para el rechazo mutuo o la imposibilidad del amor, como reflejan estos versos: Tú eras el huracán y yo la alta / torre que desafía su poder: / ¡tenías que estrellarte o abatirme!... / ¡No pudo ser! de la Rima XLI (26); o, por contra, la perfecta unión y sincronía entre amantes, como sucede en la Rima XXIV (33), con esas dos ideas que al par brotan, / dos besos que a un tiempo estallan, / dos ecos que se confunden...: / eso son nuestras dos almas

Como vemos, no solo se detienen las Rimas en la admiración por la amada, sino que también hay espacio para lo pendiente, para el choque y el enfrentamiento. Ahí tenemos la Rima XXXVII (28) que recala en las conversaciones pendientes, en un diálogo que será inevitable tras la muerte, empleando aquí Bécquer una simbología tradicional relacionada con la muerte (como la ola que a la playa viene / silenciosa a expirar). Siguiendo con la presencia de elementos tradicionales en la poesía de Bécquer, incluso esta llega a ciertos poemas de tono petrarquista, como la Rima XX (37) con esa relación entre el alma que habla y besa a través de los ojos. El poder de la mirada que también está presente en la Rima XVII (50), donde ese poderoso cruce visual entre amante y amada provoca que la naturaleza sea maravillosa y que el poeta crea en Dios. También hay cierta consonancia mística que remite a San Juan en la referencia a la oscura noche del alma de la Rima LXII (56), relacionando el amor con el amanecer y la ausencia de ese sentimiento con la noche oscura y el pesar.

Nubes de luna (Fotografía de LJ)
Resulta curioso pensar que al final el pensamiento que sustenta esta poesía, tanto en una lectura como en otra, es traicionado por el propio poeta. En la Rima LXIX (49) plantea inicialmente la brevedad de la vida (tema esencial de la Rima LXVI [67]), en comparación con un relámpago, pero después señala la quimera del amor, como sombras de un sueño, cuyo despertar es el morir, otra idea tradicional que se rescata del barroco, sustituyendo la vida por el amor. En este mismo sentido, la Rima XI (51) plantea la imposibilidad del amor real, dado que siempre perseguimos un ideal, una figura fantasmagórica que nos atrae, pero que, en definitiva, tan solo es nuestra perdición: la insatisfacción de nuestros deseos (y, por tanto, de nuestro sueño). Y en el otro lado, pese a relegar a la mujer al ámbito del corazón, asume en algunos poemas espacio para la igualdad. Así habla en la Rima XXX (40) del arrepentimiento mutuo ante una acción de orgullo, donde ni ella llora (sentimiento) ni él habla (razón), pero en definitiva los dos acaban igual: preguntándose por qué (razón).

En definitiva, la pasión desmedida, el amor imposible, el juego de contrarios que chocan en la relación, la lírica sencilla y la simbología cercana y accesible recrean un tipo de poesía en las Rimas que llega con facilidad al lector y que en ocasiones ha sido rechazada con facilidad por quienes no observan la construcción más reflexiva que existe tras este conjunto poético. Muchos ojos se han acercado a estos poemas sintiendo, porque como las grandes obras, trasciende cualquier pensamiento y cala en algo más profundo.

Escrito por Luis J. del Castillo



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