La guerra de las galaxias. Episodio I: La amenaza fantasma, de George Lucas

26 noviembre, 2015

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Hace mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana... de la nuestra. Aunque parezca habitual pensar en el universo cinematográfico de La guerra de las galaxias (Star Wars, en adelante) como el paradigma de un futuro de vida espacial, lo cierto es que la historia que nos narra habita en el pasado y muy lejos de nosotros.

Una paradoja, habitual en esta introducción típica de ciertas narraciones, que coincide con la confusa producción de la saga vista desde la actualidad: la primera trilogía responde a la numeración de los capítulos IV, V y VI, mientras que la siguiente trilogía, lejos de continuar la historia, trata de mostrarnos el pasado a partir de los restantes capítulos I, II y III.

Habían transcurrido dieciséis años tras el estreno de la última película de la franquicia cuando George Lucas estrenó finalmente La guerra de las galaxias. Episodio I: La amenaza fantasma (1999, nos referiremos en adelante como La amenaza fantasma) y la expectación creada fue máxima, teniendo en cuenta el éxito de la trilogía original y la legión de fanáticos que esta había creado.

Para tal retraso debemos acudir al director y creador, Lucas, que siempre ha aducido tanto cansancio tras concluir el periplo que supusieron Una nueva esperanza (1977), El imperio contraataca (1980) y El retorno del Jedi (1983), como las posibilidades que le ofrecían los nuevos avances tecnológicos para llevar a pantalla toda la historia que había pensado originalmente. Realmente, si remitimos a su trabajo cinematográfico, y sin contar obras como American Graffiti (1973) o THX-1138 (1971), lo cierto es que Lucas se ha dedicado más a desarrollar una carrera como productor que como director, lo cual pesa, en cierta forma, en el resultado de la nueva trilogía.


No obstante, vamos a atender de forma crítica a esta nueva hornada de Star Wars por cada episodio individual. Y lo realizaremos sopesando sus errores y sus aciertos, pues a pesar de que la vox populi ha calificado como un fracaso el conjunto de las precuelas, hay en esta exacerbada visión negativa de las mismas una falta de espíritu realista y, quizás, un apego excesivo a la nostalgia y al buen hacer del inicio de la saga. El propósito de La amenaza fantasma era asentar el principio de una nueva aventura, en este caso una historia cuyo final es conocido, pero de lo que se desconocía el cómo; es decir, como sucede en Crónica de una muerte anunciada (Gabriel García Márquez, 1967), es el trayecto, los sucesos que provocaron la caída en desgracia del Jedi Anakin y su conversión en Darth Vader lo que interesa descubrir en esta trilogía.

En este primer capítulo, seremos testigos del comienzo del fin de la República galáctica, con el plan del futuro emperador para hacerse con el poder. El planeta Naboo está siendo bloqueado por la Federación de Comercio, por lo que la reina Amidala (Natalie Portman) solicita la intervención de la República para buscar una solución diplomática y no bélica. Dos caballeros Jedi, el maestro Qui-Gon Jinn (Liam Neeson) y el padawan/aprendiz Obi Wan Kenobi (Ewan McGregor), tratan de negociar, pero al comprobar la actitud belicosa de la Federación, deciden huir junto a la reina para buscar el apoyo de la capital de la República, Coruscant. Sin embargo, con la nave averiada, deberán detenerse en el desértico planeta de Tatooine, allí conocerán al joven Anakin Skywalker (Jake Lloyd), cuya ayuda será fundamental para seguir en su viaje. El maestro Jedi se interesará por el niño gracias a sus capacidades en relación con la fuerza, mientras que Amidala comprueba que la vía pacífica que esperaba no es una solución para su planeta.


Podemos notar la ambición de Lucas con respecto al entramado de esta película, pretendiendo abarcar muy diversas cuestiones, planos que se entrecruzan en el metraje con un desequilibrado ajuste. Por una parte, tenemos una importante, aunque no demasiado entretenida historia política, cuestión seria de la trama que es la primera piedra para el futuro Imperio. Se trata aquí de la manipulación política, del juego a doble bando o del uso del miedo para obtener poder y, finalmente, limitar la libertad (como se verá en el avance de esta trilogía). Sin embargo, esta temática, aunque más madura, se aleja del espíritu de la saga y no está bien tejida al ofrecer hermetismo y oscuridad en la forma en que se desarrolla, como bien muestra la cantidad de términos políticos que se introducen. A ello se une la trama bélica de la película: la contienda en Naboo. Un planeta que se inserta en esta película en la franquicia y que, salvo por ciertas características similares con la Tierra, no tiene vinculación alguna con el espectador.

Si en la trilogía original eran los ideales de la libertad y la rebelión contra una fuerza opresora y cruel, aquí nos encontramos ante un asedio a un planeta con el que no tenemos vínculo alguno. Si bien es cierto que se sigue combatiendo por la libertad, notamos una maquinaria muy potente que podría intervenir eficazmente en el asunto, por lo que la fragilidad de la rebelión, patente especialmente en El imperio contraataca, no se siente como tal en esta situación. A pesar de ello, el tramo final con los diversos combates en el palacio y en los alrededores resultan de los más entretenidos y digno colofón, especialmente con la batalla de sables de luz, de una película de la saga.


A estas dos tramas globales debemos añadir algunas secundarias, pero igualmente importantes, que son el germen de la (supuesta) evolución del personaje de Anakin Skywalker. La aparición del personaje como niño se debe a la avería de la nave que transporta a los Jedi y a la reina Amidala. Comienza así un largo interludio en el célebre planeta Tatooine que introduce el tema de la esclavitud y que culmina con la carrera de vainas para demostrar su valía como piloto. También comienza el interés de Qui-Gon por la presencia de la Fuerza en el niño y se introduce de esta forma lo que podríamos denominar la institucionalización de la Fuerza, que se hará patente con el posterior encuentro con el Consejo Jedi y las secuelas.

Algunas de estas ideas realmente funcionan como referencia interna de la saga. Hay incluso escenas que podríamos considerar espejo. Así, se produce el auxilio de una mujer, la reina Amidala en este caso, la princesa Leia en la primera película, ambas debida a la supervivencia de un grupo mayor, ya sea un planeta o una rebelión; la carrera de vainas nos recuerda a la persecución de Vader en pos de Luke mientras este intentaba destruir la Estrella de la Muerte en Una nueva esperanza; el combate entre Vader y Kenobi en esta misma película tiene su eco en el derrota de Qui-Gon frente a Darth Maul, incluido el grito del aprendiz equivalente; la posterior pira funeraria equivale a la que realiza Luke en El retorno del Jedi, de la misma forma que el objetivo bélico en el tramo final de Naboo es apagar los droides, mientras que en el episodio VI era acabar con el escudo de la nueva Estrella de la Muerte. Incluso el final de La amenaza fantasma es idéntico al de Una nueva esperanza, con la condecoración de los protagonistas. Por no hablar de la estructura, in media res incluyendo una sinopsis inicial, tópico ya de la saga completa.


Pero emular un éxito no significa hacerlo bien, aunque estos elementos funcionen como guiños internos. Uno de los principales problemas en la película es su infantilización, lógica por la presencia casi protagónica de un niño, el jovencísimo Anakin Skywalker. Aunque la motivación para que el personaje tuviera una edad tan baja era aumentar su unión con la madre, a fin de crear cierta dependencia que fuera más notable en sucesos posteriores, no colabora con otra de las tramas principales, que es su relación con Padmé. Este hecho provoca, entre otras cosas, que podamos entender El ataque de los clones (2002) y La venganza de los Sith (2005) como un díptico separado de este primer episodio.

No solo resulta ridículo el planteamiento de que surja un romance entre ambos en esta primera etapa, sino que también conduce la obra a senderos absurdos: podemos aceptar la carrera de vainas, escena trepidante y heredera de las cuádrigas de Ben-Hur (William Wyler, 1959), aunque larga, pero no resulta creíble la intervención de Anakin en la batalla final. Si era emocionante ver a Luke, casi como un piloto novato, arriesgar su vida por destruir la Estrella de la Muerte, resulta tedioso observar la actitud entre pedante e inexperta de un niño que conduce a un final provechoso para el bando de Naboo, pero inestable para la coherencia de la película.


Frente a esta infantilización, hubiera resultado más coherente insertar a un personaje joven, quizás sobre la adolescencia, más cercano a Padmé, que tuviera características como la nobleza, la generosidad y la entrega, así como conocimientos de mecánica y de conducción, haciendo creíble tanto el tramo final de la película como un fugaz romance con el personaje femenino que se desarrollase con su reencuentro en la siguiente entrega. Por contra, aquí parece establecerse una relación casi materno-filial que no resulta provechosa y que provoca cierta confusión cuando los personajes se vuelvan a ver en El ataque de los clones.

No obstante, este carácter infantil no se reduce a la presencia del niño, que podría soportarse si el resto de elementos funcionaran, sino que se acentúa negativamente con la introducción de Jar Jar Binks (Ahmed Best), un absoluto desacierto (aunque valorar esta obra de forma negativa solo por este personaje sería absurdo). Este nefasto personaje funciona como un bufón de humor infantiloide, escatológico y torpe, que se aleja de la sutileza agradable que suponían los droides C-3PO y R2D2 en la trilogía original o del carácter humorístico, pero adulto, de Chewbacca (el sempiterno compañero de Han Solo era un personaje poco cargante y medianamente serio, especialmente comparado con Binks).


Ahora bien, uno de los puntos generalmente criticado de esta película y de la nueva trilogía es la institucionalización de la Fuerza, aspecto antes mencionado. Frente al misticismo, casi la magia, que desprendía la trilogía original, nos encontramos aquí con una religión estructurada y con poder relevante, incluso organizado jerárquicamente. En realidad, excluyendo el intento de explicación científica con los midiclorianos, no resulta un mal planteamiento: los Jedi acabaron exterminados y borrados de la memoria por el Imperio, que se encargó de esta tarea, pero eso no quiere decir que antes no fueran poderosos o numerosos.

Aunque este hecho le resta épica al poder de la Fuerza, permite observar una crítica a lo que supone el estancamiento institucional de una cuestión que debería estar más relacionado con la mística y la naturaleza (incluso en El ataque de los clones se empezará a advertir de la falta de control que se está dando entre los Jedi). Precisamente, seremos testigos de las discrepancias de los representantes de esta religión.

No obstante, en La amenaza fantasma apenas comenzamos a percibir la magnitud de la Orden Jedi, aunque sí la influencia religiosa de la que bebe George Lucas. Se incluye aquí la concepción de una Profecía (que nunca se especificará por completo) y aparece un elegido nacido de una mujer virgen, en clara resonancia judeocristiana; aunque también podemos encontrarnos ante el denominado monomito, el héroe cultural y mitológico surgido de la elección divina y de raíz inmaculada. La definición, por contra, del enemigo a través de una apariencia demoníaca sí muestra una clara vinculación con el judeocristianismo.


En relación a esto, es importante destacar otro de los puntos fuertes de La amenaza fantasma: la presencia de Darth Maul y el combate a tres entre este Sith, el joven Kenobi y Qui-Gon Jinn. Sin duda, una de las grandes escenas de la película, que introduce a su vez un combate con sables láser más dinámico, coreografiado y espectacular. Además, este trío de personajes son los que mejor aguantan su rol.

Ewan McGregor se encarga de encarnar de forma correcta a Obi-Wan Kenobi en esta faceta de padawan molesto pero respetuoso con su mentor. Liam Neeson, por su parte, destaca como el maestro Qui-Gon, papel que se le queda corto y al que aporta una gran entereza. El dúo Jinn-Kenobi funciona como principales protagonistas de la obra, compartiendo importancia con la reina Amidala (dúo de Keira Knightley por una parte y una estupenda Natalie Portman por otra) y Anakin (el niño Jake Lloyd, cuya experiencia post-Anakin fue traumática, por lo que se retiró de la interpretación; soporta el papel, aunque el problema no se encuentra en su actuación, sino en el planteamiento del personaje).


En el bando contrario, Darth Maul (Ray Park, gimnasta especialista en artes marciales y lucha con espadas) se posiciona como contrapartida de los Jedi, perfilándose como un villano intimidante, muy poco hablador y realmente maligno, en la línea con el primer Darth Vader. Su aspecto demoníaco y la innovación del sable de luz con dos hojas le otorgan unas características inolvidables. No obstante, el personaje queda desaprovechado. Ian McDiardmid regresa a la franquicia para ocupar su mismo personaje, ahora con el nombre de Palpatine, siendo el conspirador que maneja los hilos de la política y la guerra.

Por último, cabe destacar la presencia de Samuel L. Jackson en el papel del maestro Mace Windu, cuyo rol se amplía en las secuelas, así como el retorno (breve) de personajes como Yoda (con voz original de Frank Oz, en principio con una marioneta de peor aspecto que la original, aunque en remasterizaciones se ha empleado un modelo CGI, como ya se usó en las secuelas), C-3PO (Anthony Daniels, en un innecesario -aunque curioso- vínculo con Anakin) y R2D2 (Kenny Baker).


En otro orden, debemos mencionar también el regreso de John Williams a la saga con la recuperación de sus clásicos leitmotivs y demás composiciones así como la inclusión de nuevos temas, como el épico Duel of the Fates, que introduce el uso del coro. Por su parte, el diseño de vestuario y el maquillaje destaca por la mezcla de estilo gótico y oriental, como podemos observar en la reina Amidala o en la vestimenta de los Jedi, que recuerda a los samuráis. Los efectos especiales, aunque resalten en algunos casos, se suponen de lo más elaborado para la época, sustituyendo a la artesanía de los años setenta y ochenta.

Quizás Lucas pretendía sorprender más por las situaciones, marcadas por los efectos espaciales (la carrera de vainas, el combate con sables láser) que con la trama (la historia y los personajes). En este sentido, no podemos dudar de la capacidad de entretenimiento y espectáculo de la película, a pesar de notarse una pesada carga en el componente político, mal conducido, y en un humor más burdo. Ofrece la sensación de que se quiso abarcar demasiado para lo que era una saga de space opera, de aventuras espaciales, incluyendo intrigas políticas, profecías y un proto-romance inverosímil, por lo que al final se queda corto en todos los aspectos del argumento. 


En definitiva, un extenso prólogo que queda desligado no solo de sus secuelas, sino de toda la saga. Sirve para asentar ciertas cuestiones y ofrece algunas escenas e intervenciones de interés, pero se aleja del espíritu de la franquicia por un enfoque erróneo. Si bajamos la exigencia que supone el factor nostalgia y el nivel del resto de la saga, no estamos ante una obra mal realizada, sino más bien mal planteada con respecto al lugar de donde venía y al lugar al que se quería dirigir, con un tono demasiado infantil, que pudo encajar bien para atraer a nuevos seguidores (niños en aquel entonces), pero que desde la distancia y desde la mirada adulta, pierde mucho sentido. Especialmente cuando hay dos planos tan divididos: uno serio, el relacionado con la política, la cuestión bélica y la Orden Jedi, y el otro, unos seres patosos, un protagonista niño y algunas situaciones poco creíbles aún dentro del universo fantástico de La guerra de las galaxias.


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