Para el sábado noche (XLI): Esta tierra es mía, de Jean Renoir

23 enero, 2015

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En estos momentos convulsos (queremos decir, más de lo habitual), no parece desacertado recordar la obra maestra de Jean Renoir (1894-1979), Esta tierra es mía (This land is mine, RKO; 1943), escrita por Dudley Nichols (1895-1960), con fotografía de Frank Redman (1906-1965) y la labor del diseñador Eugène Lourié (1903-1991). Una película que nos recuerda que tan peligrosa es la opresión en sí misma, como los actos de quienes han resuelto ser tolerantes con la intolerancia.

En una población francesa, un movimiento de cámara enlaza un monumento por la paz dedicado a las víctimas de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) con la portada de un periódico que yace a sus pies, que anuncia la inminente invasión de Hitler y la ocupación por parte de los nazis. Así es, acto seguido, una calle tan solo transitada por un chiquillo es literalmente invadida por las tropas del ejército alemán. Momentos después, otro movimiento de la cámara relaciona un cartel propagandístico, sobre la conveniente confianza hacia el soldado alemán, con otro que advierte acerca de cometer una serie de infracciones. Con dos movimientos cinematográficos, Renoir ha sintetizado convenientemente toda una situación y un “estado anímico”.


En esa población hasta entonces tranquila habita un maestro de escuela soltero llamado Albert Lory (un espléndido Charles Laughton), sujeto a un carácter débil y a una madre (la entrañable Una O’Connor) celosa, quisquillosa y sobreprotectora, que no obstante, comprende bien la situación cuando asegura que “ya no se puede confiar ni en los vecinos”. Lory no es un personaje de destacada “fortaleza”, pero sí es un héroe latente. Pese a resultar incluso cómico (el tabaco le provoca una tos irrisoria), mostrará dónde reside la valentía en realidad.

Jean Renoir no juzga a sus personajes. El colaboracionista interpretado con gran aplomo por George Sanders es un buen ejemplo de ello; lo es por patriotismo, no hay que dudarlo, aunque de forma errada. También el “valeroso” personaje de Paul Martin (Kent Smith) es, en cierto sentido, un hipócrita que confraterniza con los alemanes. Lo mismo sucede con el juez (Ivan Simpson) o el alcalde de la localidad (Thurston Hall), al que el profesor Sorel (Philip Merivale) le recuerda que es el primero en tener miedo de las palabras y que ha pasado a representar a todos aquellos que medran al amparo del poder.


La realidad mostrada es perturbadora. El mismo dirigente alemán no es presentado como un ignorante, sino como alguien que conoce a los clásicos y que sabe pervertir la situación, porque la historia tampoco le es ajena. Todos los personajes de Esta tierra es mía están alejados de cualquier esquematismo.

Por su parte, a pesar de que no sepa “imponerse” en cuanto a la debida disciplina escolar, Lory halla consuelo en su trabajo como maestro, tal y como le recuerda su colega Sorel. Pero vitalmente se encuentra tan reprimido como consternado, puesto que está secretamente enamorado de su compañera de trabajo, la señorita Louise Martin (Maureen O’Hara), sin que exista mucha posibilidad “de éxito”, ya que esta está, a su vez, comprometida -más que enamorada- con George Lambert (Sanders), el jefe de la red ferroviaria.

La película ofrece momentos estremecedores, como aquel en que son arrancadas las páginas de unos libros de texto. De igual modo podemos destacar los briosos planos que muestran al saboteador Paul Martin y a sus perseguidores sobre los tejados o los que los muestran algo más tarde en la estación de tren. Otro detalle dice mucho: ante la realidad de la escasez, no se desprecia ni una paloma, un ave que, significativamente, Lambert acabará por dejar en libertad.


Todos los habitantes del lugar han de tratar de convivir y actuar en semejante estado de miedo y control, una coyuntura cuya grisura moral hace que buenos ciudadanos se dobleguen y que de estas relaciones complejas se deriven consecuencias fatales.

La película recalca que tomar partido por la libertad de todos no es lo igual que hacerlo por una ideología determinada (La Verdad de solo unos pocos). El nazismo, como otras tantas utopías, resulta goloso y promete las soluciones (hasta Lourie estará tentado de creer en ellas) personificadas en el mayor von Keller (Walter Slezak), que igualmente tiene claro que resulta imprescindible comenzar a “formar” cuando aún se es un niño. Es por ello que, en boca del mayor, se hizo necesario “luchar primero con nosotros mismos”, en tanto que “un juzgado es un lugar peligroso”. Nuevamente, el miedo a las palabras; a ellas se acogerá Lory finalmente, pero no en base a los principios que le expone el alemán cuando se halla en prisión.

Renoir y Charles Laughton
Esta tierra es mía muestra una lucha encaminada a hacer frente a la nueve fe de unas ideologías que proponen la subordinación, o incluso la supresión, de la autonomía del individuo, lo que muchos motejan interesadamente de “individualismo”, lo que no es lo mismo. Ideologías sustentadas por un poder estatal que pretende un control colectivo en base a unos supuestos intereses “superiores”, de forma tanto gradual como fulminante.

Sus pretensiones de ser una nueva “visión del mundo” las asemejan a cualquier doctrina de talante autoritario (aquí se trata del nacional socialismo, pero existen otras con apariencia igual de atrayente). Unas doctrinas expuestas por aquellos que, sabedores de que la “voluntad popular” puede ser diseñada, propugnan el sutil cambio de ser iguales ante la ley a ser iguales mediante la ley.

Escrito por Javier C. Aguilera



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