Mamá a la fuerza, de Garson Kanin

31 diciembre, 2014

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Me gustaría despedir el año recordando Mamá a la fuerza (o soltera, como mejor indica su título original, Bachelor mother, RKO, 1939), una agradable comedia dirigida por Garson Kanin (1912-1999) y escrita por Norman Krasna (1909-1984), según una historia original de Felix Jackson (1902-1992), que contó además, en el apartado musical, con el todo terreno Roy Webb (1888-1982).

Polly Parrish (una desenvuelta Ginger Rogers) trabaja en los prestigiosos grandes almacenes John B. Merlin e hijo (encarnados estos por los igualmente estupendos Charles Coburn y David Niven). El hijo, que responde al nombre de David, todavía presenta un carácter romántico y menos contaminado por la rutina de los negocios que el padre.

Por su parte, Polly se encuentra enclaustrada en el departamento de juguetes, donde tiene éxito vendiendo unas réplicas andarinas del Pato Donald. Pero no es una trabajadora fija, sino eventual, con lo que su finiquito le llega en pleno día de Navidad. Las desgracias no terminarán ahí, puesto que a la salida del trabajo, y tratando de hacer una buena acción, se le supone madre de un bebé que alguien ha abandonado frente a una casa de acogida.

A partir de ahí, comienza un pequeño calvario para Polly Parrish, que primero tratará de “deshacerse” de un niño que no es suyo, para finalmente aceptar su inesperada maternidad, sin tratar de aprovecharse por ello de las ventajas que “de repente” le llueven del cielo por parte de David Merlin.


El caso es que, en un apunte muy divertido, el niño solo llora cuando le arrancan de los brazos de Polly. También es un acierto no mostrar a los citados empresarios como los déspotas de costumbre: pese a que existen, los Merlin, tanto padre como hijo, son exigentes pero cumplidores. Por otra parte, Polly se conduce como una mujer honesta y finalmente responsable de la criatura, no a la fuerza, sino por propio convencimiento.

Existe otro personaje complicado en la trama, Freddie (Frank Alberstone), un compañero de trabajo de Polly, que la pretende. Una amistad que conduce a ambos a participar en un popular concurso de baile, para pasmo de David, en un momento en que la empleada aún no ha decidido “quedarse” con el niño.

En realidad, los lazos expuestos en Mamá a la fuerza van más allá de los estrictamente sanguíneos, conformando una familia de afectos en la que incluso puede incluirse al mayordomo flemático de los Merlin (E. E. Clive). Es cierto que, en un principio, si Polly “devuelve” al niño, puede perder sus recién adquiridas prebendas, pero cuando decide asumir su maternidad como “madre soltera”, sufre las consecuencias de igual modo.


Como un moderno cuento urbano (que como todos los géneros, no es necesariamente reciente), la historia se construye sobre malentendidos, sobreentendidos y coincidencias “funestas” que pasan a ser gozosas, como parte fundamental, al menos en el arte, del reflejo del ser humano. Algo así como la imagen que proporcionan los inevitables consejos extraídos de un libro sobre bebés, finalmente útiles. También presenta la narración su parte de cuento de hadas, cuando Polly obtiene un traje y un vestido nuevos; y un reverso, cuando a David le suceda lo mismo que a Polly al achacársele la paternidad.

Pero al fin y al cabo, Mamá a la fuerza es una historia de amor con un toque de fantasía, donde subyace el miedo al compromiso, a unas relaciones “estables”, pero en la que una vez superado el pánico, por mediación del Pato Donald, vence el amor.


Entre otros momentos divertidos, destaquemos aquel en que David se hace pasar por un consumidor, tratando de demostrar que se puede devolver un juguete defectuoso, o el detalle del parecido que cada uno parece encontrarle al niño. Y no podemos dejar de recordar la secuencia de la Fiesta de Fin de Año, en la que entre el bullicio de personas, David y Polly se dan cuenta de que están enamorados.

Escrito por Javier C. Aguilera


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