Clásicos Inolvidables (LVIII): El mago de Oz, de Lyman Frank Baum

25 noviembre, 2014

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El profesor y folclorista ruso Vladimir Propp (1895-1970) propuso en su morfología de los cuentos una serie de funciones para estructurar muchos de los relatos infantiles. Uno de los más apreciados ha sido, sin duda, El mago de Oz (1900), de Lyman Frank Baum (1856-1919), que, en propias palabras de su autor, trataba de ofrecer “un cuento de hadas modernizado, del que se ha suprimido lo pesadillesco y lo doloroso”.

Pero ello no es óbice para no localizar algunas de las claves estudiadas por Propp, tales como el alejamiento de un miembro de la familia, junto a un posterior regreso; el regalo de un objeto mágico (en este caso, unos zapatos), la victoria frente al antagonista (la Bruja del Oeste, de acuerdo con el libro), una prueba de valor (aquí destinada a cada uno de los personajes principales del relato) y, por supuesto, el viaje del héroe o heroína a otro mundo. La edición de Alianza Editorial (2012) cuenta con las ilustraciones originales de W. W. Denslow (1856-1915).

Lyman Frank Baum
En cualquier caso, pesadillescas se nos antojan las praderas de Kansas (episodio I), tal y como las describe Baum. Son grises y desérticas, y tampoco cobijan ningún emplazamiento atractivo: el espacio de la granja de la joven Dorothy y sus tíos solo consta de una habitación amplia, con un refugio para tornados excavado en el medio.

De hecho, cada entorno descrito en El mago de Oz está dominado por un color. El primero en aparecer es ese gris con el que es detallada la región de Kansas hasta la extenuación. No parece exactamente el lugar al que uno querría regresar, sin embargo, Dorothy deja claro que “no hay nada como estar en casa” prácticamente desde el principio (IV), tal vez porque, pese a todo, sea preferible “lo aburrido conocido”, o porque todo suceda en la imaginación de la niña (o porque al fin y al cabo, no se puede vivir de espaldas a las obligaciones).

En el resto del relato, los distintos ámbitos siguen siendo monocromáticos. En el país de los munchkins predomina el azul, en el de los quadlings, el rojo, en el de los esclavos winkies, el amarillo, y, finalmente, en la tierra gobernada por Oz, el verde (podemos añadir los tonos oscuros y apagados de la región de la bruja).

A excepción de la primera (también última), todas estas tierras serán transitadas por una sorprendida Dorothy y sus amigos, el león, el espantapájaros y el leñador de hojalata, que a su vez presentan otra característica común: todos anhelan lo que el otro posee (y no saben apreciar aquello que sí tienen).

A estos personajes se añaden otros, igual de “fantásticos” aunque sin tantos atributos humanos, como los kadidahs, medio tigres, medio osos; los “cabeza de martillo”, los recordados monos alados (aquí no están permanentemente bajo las órdenes de la Bruja del Oeste, sino al servicio de quien posea otro elemento mágico, un gorro) y unos ratones con su correspondiente reina. Incluso existen unos habitantes hechos de porcelana.

Tras la llegada de Dorothy, solo quedan tres brujas en Oz. Una perversa (la referida del Oeste) y dos bondadosas. La del Norte proporciona a la niña sus zapatos mágicos, cuya verdadera capacidad desconocerá la forastera hasta casi el final de la aventura, momento en que conocerá a la Bruja restante, la del Sur, que cumplirá su deseo de hacerla retornar a casa.

Con respecto a la versión cinematográfica, de la que nos ocuparemos en una próxima entrada, cabe señalar en el libro el relato de las vidas previas de cada uno de los acompañantes de Dorothy: el espantapájaros, el leñador y el león. Hasta los monos alados dominados por la Bruja malvada narran su desventura (XIV).

Otro detalle diferente a la película es el de unas amapolas que aturden por sí mismas, sin intercesión de la bruja perversa, que se mantiene en un discreto off durante la mayor parte de la narración, hasta que Dorothy y sus amigos se encaminan hacia sus dominios. Un apunte interesante lo hallamos en el hecho de que el león, antes de que el mago le provea de su anhelado coraje, entienda el ataque a las demás criaturas como un signo de cobardía.

Ilustración de Scottie Young
Frank Baum sazona su cuento con pequeños golpes de humor, como el relativo al comportamiento de los cortesanos de Oz o el hecho de que, accidentalmente, haya sido Dorothy quien haya acabado con la existencia de una de las brujas perversas, al precipitarse su casa sobre ella.

Ilustración de Scottie Young
También emerge un cierto componente cruel, inherente a este género literario (pero que hoy podríamos contemplar como un rasgo de modernidad “gamberra” en lugar de rasgarnos las vestiduras: ¡hasta esto ya fue inventado!). Aparece, por ejemplo, en el modo en que se zanja por parte del leñador de hojalata la persecución de un gato montés a un ratón o en su resolución frente a unos árboles de largas ramas que obstaculizan el paso de la pintoresca comitiva. O en la ejecución de todos los lobos, secuaces desdichados de la Bruja del Oeste (XII).

De hecho, el leñador hace continua labor con su hacha a lo largo del relato, en tanto que el león finalmente encontrará un entorno propicio y digno de su abolengo y el espantapájaros quedará a cargo de la Ciudad Esmeralda tras la partida precipitada de Oz. Otros apuntes simpáticos residen en las gafas verdes que se emplean en el interior de la referida Ciudad Esmeralda (un truco más de un ilusionista que de un mago “todo poderoso”: se trata de una ilusión que permite verlo todo de color verde). O en los remedios del Mago de Oz, que más bien son remiendos; una solución más cáustica se da en la película, si bien, en el libro se pone el acento en las irónicas consecuencias de dichos remiendos.

Escrito por Javier C. Aguilera


1 comentario :

  1. Preciosa entrada, me ha traído muchos recuerdos de la lectura de este gran clásico tanto literario como de la gran pantalla; que he realizado la verdad hace ya bastante tiempo, y que había algunos elementos que tenía olvidados. Un saludo^^

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