Cadena perpetua, de Frank Darabont

08 febrero, 2014

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Cualquier circunstancia humana provoca el interés de quien cuenta historias. La justicia ha sido uno de esos campos donde hemos encontrado casos de buenas historias, aunque pudieran resultar quizás menos emocionantes que el proceso anterior, el de descubrir al criminal (aún cuando eso supone hacer justicia también). El mundo de los abogados y de los jueces ha pasado por el cine en varias ocasiones, como pudimos ver en Veredicto final (Sidney Lumet, 1982), pero dentro de este mundo encontramos un subgénero también muy productivo: el drama carcelario, las historias de la cárcel.

Ya en los años 30 encontramos algunos ejemplos, como Soy un fugitivo (I Am a Fugitive From a Chain Gang, Mervyn Leroy, 1932) o La gran ilusión (La grande illusion, Jacques Renoir, 1937), también entre los 60 y los 70 con films como La evasión (Le trou, Jacques Becker, 1960), La colina (The Hill, Sidney Lumet, 1965) La gran evasión (The Great Escape, John Sturges, 1967), Papillon (íb., Franklin J. Schaffner, 1973), El expreso de medianoche (Midnight Express, Alan Parker, 1978) o Fuga de Alcatraz (Escape from Alcatraz, Don Siegel, 1979). 

Pero donde más ejemplos tenemos es en los 90, especialmente tras el lanzamiento de la película que hoy os traemos, exceptuando la irlandesa En el nombre del padre (In the Name of the Father, Jim Sheridan, 1993), la aclamada Cadena perpetua (curiosa traducción del original The Shawshank Redemption), que llegó a nuestras pantallas en 1994. Tras ella, Sleepers (íb., Barry Levinson, 1996), La Roca (The Rock, Michael Bay, 1996; dentro del género de acción) o Huracán Carter (The Hurricane, Norman Jewison, 1999), además de alguna que mencionaremos más adelante. De forma más reciente, el cine español disfrutó de Celda 211 (Daniel Monzón, 2009) y en la pequeña pantalla de la serie Prison Break (2005-2009).

Frank Darabont (en el centro) junto a parte del reparto
La cinta fue dirigida por Frank Darabont en su debut como director de un largometraje tras el corto The Woman in the Room (1983), una adaptación de un relato de Stephen King cuando aún era estudiante; con este escritor ha continuado su relación de adaptaciones tanto con Cadena perpetua como con posteriores films, como La milla verde (1999), también un drama carcelario que fue protagonizado por Tom Hanks y el aún poco conocido Michael Clarke Duncan, o La niebla (2007). De forma más reciente participó en la primera temporada de la serie The Walking Dead. Sus dos primeros largometrajes, ambos sobre la cárcel, obtuvieron una gran acogida y están considerados entre los grandes del género. Y así podemos considerarlas nosotros, al menos la que nos ocupa.

Mediante un breve prólogo tan fugaz como anodino, el film nos sitúa en la prisión de Shawshank entre los años cuarenta y sesenta, una férrea cárcel estadounidense donde se aplica la mano dura y las palizas bajo la estricta moralidad (dudosamente cristiana como se expone en la cinta) de un alcaide más centrado en hacer beneficio que en adecentar la vida de sus presos. Allí, Andy Dufresne (Tim Robbins), un banquero al que se le imponen dos cadenas perpetuas por haber asesinado, supuestamente, a su mujer y al amante de la misma, deberá sobrevivir aprendiendo las reglas que rigen la prisión, sufriendo las vejaciones de guardias y presos, y haciendo amistad, así como forjándose una identidad nueva, entre un grupo de condenados donde destaca Red (Morgan Freeman), el preso que puede conseguir cualquier cosa.


Andy Dufresne: Lo gracioso es que estando afuera de prisión era un hombre honrado, recto como una flecha. Tuve que entrar en prisión para convertirme en un criminal.

La cinta, con un metraje de dos horas y media, se adentra en la vida cotidiana de estos hombres a lo largo de su condena, durante veinte años, sin bajar el ritmo ni conseguir aburrir al espectador. La maduración de Andy Dufresne dentro de la cárcel, un hombre que se considera inocente, que disfruta de la música clásica y la literatura, aficionado a la geología y que pasea por la prisión "como un hombre que paseara por un parque" como describe Red, se construye a la perfección y funciona equilibradamente con su amigo y contrapartida: Red sabe que es culpable, aceptó su situación y cumple su función dentro de la cárcel, donde se considera importante. 

Le quedan a este personaje pocos rasgos de su vida anterior, ni siquiera la esperanza. Andy y Red, contrarios en su pensamiento, se ayudarán mutuamente, aunque sea el segundo quien consiga ser cambiado por el primero gracias a su mensaje vitalista, que el film desprende en sus reflexiones. En este sentido, Tim Robbins, pese a una actuación que podríamos describir como inexpresiva en la mayoría del metraje, encaja con el perfil de su personaje, con esa especie de hombre gris cuyo mundo interior es más profundo que el mundo que le rodea, seguramente porque su interior sea lo único que aún no han podido arrebatarle. Como curiosidad, Robbins dirigiría poco después Pena de muerte (1994), una película que reflexionaba sobre este tipo de condena a partir de la historia de un preso. Morgan Freeman, por su parte, nos deleita con una actuación que se hace querer, delegando el guión en él los diálogos más interesantes y amplios.


Red: Créeme, estos muros embrujan: primero, los odias. Luego, te acostumbras. Y al cabo de un tiempo, llegas a depender de ellos.

Como en otros dramas del mismo género, los guardias se convierten en seres sin escrúpulos, una visión demasiado extendida y estereotipada, aunque pueda darse. Funcionan como villanos el capitán Hadley (Clancy Brown) y el alcaide Samuel Norton (Bob Gunton), representantes de una justicia cruel, interesada y corrupta, que aún conociendo la inocencia de un posible preso, por intereses personales impedirán que la verdad salgo a la luz, aunque para ello tengan que convertirse en asesinos.

A su vez, se critica la rehabilitación de presos que han pasado toda su vida en ese estado, regresando a una vida en libertad que ya no es tal. En este sentido, se destaca la mejor crudeza de la película, representada con gran acierto en la historia de Brooks Hatlen, interpretado por James Whitmore, veterano actor que solventa su papel sin problemas, ofreciéndonos la visión más cruda de esa palabra inventada por la sociedad para sentirse menos culpable: rehabilitación.


Por lo demás, está rodada esencialmente en el ambiente de la cárcel, donde destacan las escenas dedicadas a la crudeza de la vida penitenciaria y al arte (musical, literario, cinematográfico), con espacio para el humor y la complicidad con el propio espectador. Quizás alguna deficiencia la encontramos en el maquillaje, en cuanto a que, pese al paso del tiempo, este solo parece mostrarse en los personajes de forma muy tenue, incluso funcionando en algunas escenas pero perdiéndose ese efecto en una toma posterior. También podemos considerar un exceso de explicaciones con voz en off, donde hubiera sido preferible mostrar o sugerir. Cuestiones que, no obstante, no desmerecen la cinta ni su historia.


Andy Dufresne: La esperanza es algo bueno, quizás lo mejor de todo, y las cosas buenas nunca mueren.

En definitiva, el film, que no obtuvo ningún premio pese a sus nominaciones al coincidir con películas como Pulp Fiction (Quentin Tarantino, 1994) o Forrest Gump (Robert Zemeckis, 1994), sí logró el reconocimiento de la crítica y del público, y sin duda es uno de los mejores ejemplos de este género no solo y en tanto que género, sino como película, personajes e historia que abogan por la esperanza y la vida.

Escrito por Luis J. del Castillo


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