Clásicos Inolvidables (XXXIII): Las cuitas del joven Werther, de Goethe

28 agosto, 2013

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El estar descontento con el destino es una de las pasiones más comunes, y de ahí la simpatía y el contagio que provoca el corazón de Werther (Chistoph M. Wieland).

Es muy habitual que los escritores acudan a su propia experiencia vital para ambientar una trama o caracterizar un personaje. Siendo joven, Johann W. von Goethe (1749-1832) también se enfrentó con la muerte, por fortuna para todos sin éxito, cuando una grave enfermedad (que no he logrado determinar) le apartó de los estudios. Más aún, el autor hace que Werther cumpla años el mismo día que él, el veintiocho de agosto. Finalmente, una vez recuperado, Goethe se dedicó a explorar varias de las esferas del conocimiento humano, sin desdeñar el ocultismo, a la par que ejercía de abogado, sin demasiado interés, en su Fráncfort natal.

De 1786 al 88, estando en Italia, se consolida en Alemania el movimiento romántico, de resultas de lo cual, a su regreso, Goethe entabla una muy productiva amistad con el poeta, dramaturgo e historiador Friedrich Schiller (hasta la muerte de este en 1805), que lo pondrá de nuevo en contacto con las ideas de este poderoso movimiento, al que él mismo ya había contribuido, sin pretenderlo, cuando con veinticinco años escribió Werther (si bien el autor revisaría la obra e incluiría algunos nuevos párrafos en 1787). Como curiosidades, en 1807, contando cincuenta y ocho años, Goethe contrae matrimonio por vez primera, y en 1812 conoce personalmente a Beethoven, lo que dice bastante acerca de los intereses e independencia del escritor y estudioso alemán.

Retrato de un joven Goethe
No podemos modelar a nuestros hijos según nuestros deseos, debemos estar con ellos y amarlos como Dios nos los ha entregado (Goethe).

Werther (1774) supone para Alemania la popularización de la novela. Y aunque su extensión lo acerca más a un relato largo, se las apaña para acabar con la influencia de los escritores extranjeros, predominantemente franceses e ingleses, dando comienzo al clasicismo literario alemán. Tal fue el impacto de la obra en la cultura alemana, que al fin consolidaba una plena identificación literaria con el idioma.

A través de su estructura epistolar, Werther narra el enfrentamiento de un individuo consciente de sí, frente a una sociedad que pretende domesticarlo a su capricho. Y es que el desencuentro, además de pasional, es también con un colectivo que fomenta las diferencias de clase (cartas del 15 de marzo y 8 de enero). El encontronazo con esa realidad clasista, sumado a su frustración amorosa, resultará devastador. Para colmo, el entorno del joven, agresivo e insensible, como rubrica el episodio de la tala de los nogales de casa del pastor, le privará de un último y muy necesario asidero vital (15 de septiembre).

De ese modo, el joven Werther toma conciencia de que las relaciones vienen marcadas tanto por las diferencias de carácter como de estatus. Se trata de una delicada etapa de aprendizaje que parece perpetuarse en el tiempo, y en la que el joven más auténtico, apasionado y sincero, llega a magnificar todos los sentimientos, sin el atemperamiento de la madurez. Es a estos que Goethe pone voz de manera franca.

Werther con su vestimenta típica

No es fácil en este mundo entenderse mutuamente (Werther).

Sin embargo, de Werther no conocemos, por ejemplo, su pueblo natal, lo que de hecho “universaliza” al personaje. Goethe libra de hojarasca biográfica a su protagonista todo lo que puede, para encarnarlo como arquetipo. Las cartas que conforman la novela, datadas en 1771, se dirigen a su amigo Wilhelm (ocasionalmente a Lotte), y por medio de ellas sabremos del carácter y personalidad del joven. Por ejemplo, el hecho de que Werther no disfruta demasiado de las carnavaladas y mascaradas de los salones (sustitúyanse por las aglomeraciones festivas del presente), más allá de su asistencia por puro compromiso o para hacerse el encontradizo con Lotte, la cual le reprende “por el ardor que pone en todo(1 de julio).

En efecto, la mirada del joven es hiperestésica, lo siente todo (18 de agosto), y en las raras ocasiones en que toma parte del jolgorio, no llega a integrase en el mismo ya que su naturaleza le otorga la lucidez de saber que “nuestro destino es ser incomprendidos”. Ejemplo de esa humanidad son sus reflexiones acerca de la maternidad, o su relación con los niños, en concreto con los hermanos pequeños de Lotte, a su cargo debido a la ausencia de una madre (como la propia joven relata en uno de los pasajes más hermosos del libro - 10 septiembre).

Igualmente, resulta muy ilustrativo el debate acerca del suicidio que Werther mantiene con Albert, el pretendiente de Lotte (12 agosto), durante el cual, el impetuoso joven pide respeto por los que han muerto de ese modo, en la más absoluta tristeza y soledad. De hecho, Werther puede intuir ya su futuro en lo acontecido a una joven sirvienta, a modo de premonición. Su carácter ciclotímico se manifiesta por medio de un corazón “desigual e inconstante(13 mayo), al cual se suma otro desencanto anterior, el de la señorita B. (sic); hasta que, por fin, en carta fechada el treinta de agosto, Werther comprende por primera vez que su fatalidad no tiene solución.

El famoso Caminante sobre un mar de nubes, de C. D. Friedrich
Nos veremos de nuevo, y más contentos (Werther).

La obra está dividida en dos, y la segunda parte se abre con una lúcida reflexión acerca del poder. Nos hallamos poco más de un mes más tarde. Werther se encuentra en otra ciudad X, en el sur, trabajando para un embajador “celoso, puntilloso, prepotente e hipócrita” (que cada cual ponga rostro al sujeto, seguro que no faltan candidatos), envuelto, según añade el joven, en una “deslumbrante miseria” y por el tedio (24 diciembre). Hasta tal punto es opresivo el ambiente, que Werther llama la atención acerca del temor de la mayoría de las personas por alcanzar la verdadera libertad.

El diecisiete de mayo escribe que “amistades todavía no he encontrado”. Más aún, Werther constata cómo, pese a lo que solemos creer, no somos precisamente el centro del universo (18 agosto), y que el auténtico misterio está en la propia naturaleza. Del mismo modo, es consciente de que somos demasiados como para no pasar desapercibidos (26 octubre), razón por la cual, es preciso comprender que el “flechazo” de Werther no es tanto físico, como intelectual: no solo se siente atraído por la belleza de Lotte, ve en ella a un igual (16 junio). La incertidumbre es una terrible tierra de nadie que abona el terreno, y cuando esta da paso a la imposibilidad de la relación, a la constatación del amor no consumado, se produce el bloqueo.

Jonas Kaufmann como Werther. Representación de la ópera de Massenet
Como tengo tan poco tiempo para leer, el libro que coja ha de ser de mi gusto (Lotte).

Sin duda, otros grandes aciertos de esta obra “de juventud” los encontramos en la crítica a las “opiniones prestadas” y a la transmisión de frases estereotipadas (11 junio), tan fáciles siempre de asimilar, junto a la descripción de un ambiente juvenil poblado de celos vanos, y cuyo mal humor resulta contagioso (1 julio). Sin olvidar la descripción del atuendo característico de Werther (6 septiembre), como elemento diferenciador y dramático que llegó a ponerse de moda; y sobre todo, ese hermoso momento en que Werther retorna a los lugares de su infancia, a su paraíso perdido (9 mayo).

En cuanto a la cuestión religiosa, Werther asegura que la religión “no es consuelo para almas tan afligidas(15 noviembre). No la desprecia, sencillamente no responde a sus preguntas. De hecho, a diferencia de aquellos falsos católicos que manifiestan verdadero pavor ante la posibilidad de la muerte, Werther no la teme.

La información final de la obra la proporciona un editor ficticio, que actúa como albacea de toda la correspondencia. Este personaje, identifica al joven Werther con todas aquellas personas que se salen de lo común (30 noviembre). Se trata ésta de una característica que convierte la obra, por ironía de su autor, en un auténtico trabajo de editor.

En la edición de Cátedra a cargo de Manuel José González, resulta muy ilustrativo el apartado que desglosa los personajes históricos que sirvieron de modelo a Goethe. Cabe destacar finalmente, que el músico Jules Massenet (1842-1912), dedicó a la obra su no menos hermosa ópera Werther (1892).


Escrito por Javier C. Aguilera


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