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30 junio, 2013

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Iglesia de Santa María de la Alhambra desde el Partal (fotografía de MB)

Nos adentramos en los meses calurosos de verano con junio. Como es habitual en estas fechas, las tareas académicas nos suelen tener ocupados, pero nuestra producción no ha sufrido demasiado mella, en gran parte gracias a la productividad de nuestro colaborador Patomas. En visitas, sin embargo, bajamos a las 15.000, con una media de 500 visitas diarias, y nos adentramos en verano superando las 420.000 visitas y acercándonos al medio millón. Nos mantenemos con 122 seguidores en Blogger, subimos a 217 en nuestro Twitter desde los 212 del mes anterior. En Facebook obtenemos 4 me gusta nuevos, alcanzando los 55.

En este mes, el cine ha predominado en nuestras entradas, con reseñas de últimos estrenos como El gran Gatsby o Un invierno en la playa, pero también películas para rescatar, como Educando a Rita o la adaptación de Juan Salvador Gaviota. También hemos continuado con nuestros Clásicos Inolvidables, que han alcanzado ya las 31 reseñas, con obras de teatro como Mariana Pineda, de Federico García Lorca, u otras narraciones como el Fausto de Estanislao del Campo.


Entramos en los meses estivales, seguramente de mayor actividad que otras temporadas del año. No obstante, este julio es posible que hasta finales no tengamos una producción plena, debida a unas breves vacaciones que nos vamos a tomar. Dejaremos programadas diferentes entradas donde predominarán, con seguridad, las reseñas cinematográficas.

Un saludo,
L.J.

PD: Nos despedimos con el primer cortometraje de las Silly Symphonies, de 1929, que se relaciona directamente con el corto que elegimos para nuestra sección En tres, dos, uno... de este mes, The Haunted House.


"En la crítica seré valiente, severo y absolutamente justo con amigos y enemigos. Nada cambiará este propósito."

                  -Edgar Allan Poe

Para el sábado noche (XI): Educando a Rita, de Lewis Gilbert

29 junio, 2013

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Cuando Rita, que en realidad se llama Susan White, pisa la Universidad por vez primera, lo hace ocultándose bajo un alter ego, el citado nombre de Rita, con el que pretende demostrar su admiración por la escritora folletinesca de misterio Rita Mae Brown. Es decir, ya desde el comienzo es participe de una impostura, no se ve como ella misma. Así, su viaje iniciático hasta hallar a la verdadera Susan -ese viaje que realmente no acaba nunca-, estará trufado de altibajos y sinsabores, pero logrará apartarla de una miseria que iguala por defecto a todas las personalidades, permitiéndole al fin poder escoger por sí misma.


Educando a Rita (Educating Rita, distribuida por Columbia Pictures, 1983), es la traslación cinematográfica de una obra teatral estrenada tres años antes, llevada a cabo por su propio autor, Willy Russell, y dirigida por Lewis Gilbert, realizador británico al que se deben algunos de los títulos más solventes de la saga James Bond, como Solo se vive dos veces (You only live twice, 1967), La espía que me amó (The spy who loved me, 1977) y la divertida Moonraker (ídem, 1979), además de una buena muestra de “estrategia bélica”, Hundid el Bismarck (Sink the Bismarck, 1960), la desprejuiciada Alfie (ídem, 1966) y una sólida muestra de terror, Hechizados (Haunted, 1995).

Lewis Gilbert

Volvamos a la Facultad, donde el profesor Frank Bryant (Michael Caine) espera a una nueva alumna, matriculada por la universidad a distancia, “Rita” (Julie Walters, que ya formaba parte del elenco teatral), una joven peluquera que como ella misma comenta, “ya debería haber tenido un hijo” porque es lo que se espera de ella: la visión del estrato social de los suburbios de Dublín, ciudad en la que se desarrolla el relato, no es en absoluto complaciente (como ilustra el episodio de la boda de la hermana). Como tampoco lo es el retrato del abúlico Frank, personaje cuyo sarcasmo ya es mostrado desde el inicio, cuando al retirar un ejemplar de –precisamente- The lost weekend (Días sin huella) de Charles Jackson, muestra el lugar de la estantería en el que esconde la bebida.

Tras superar su inicial rechazo ante el reto que se le viene encima, Frank quedará cautivado por la sencillez de las preguntas y respuestas de Rita, alejadas de toda retórica pomposa, junto a su deseo de una educación que le permita poder elegir la vida que quiere llevar: ¡para ello siempre fue necesario conocer todas las posibilidades disponibles! Sabedora del futuro que le reserva el destino, según su condición social, Rita emprende el arduo y tortuoso camino del conocimiento para poder, como decíamos y como suele decirse, encontrarse a sí misma (razón por la cual no quiere atarse con un hijo de momento).

Rita pretende cambiar “por dentro”, y para ello participará del desanimo, de la satisfacción, del esfuerzo… e incluso de la pedantería que parece rozarse siempre que se alcanza cierto “nivel” (en el caso de Rita está justificada, su visión del mundo se ha ampliado considerablemente en un corto espacio de tiempo).


El otro vértice del relato es Frank, para el que la instrucción de Rita supone todo un desafío, habida cuenta de que es un hombre que ha perdido todo interés por la enseñanza y que, además, observa, sin hacer mucho por evitarlo, como la persona con la que parece haber hallado cierta estabilidad, se entiende con otro colega. Así, el periplo de la joven peluquera será el de ambos, el del docente que descubrirá que nunca es tarde para aprender, y el de la alumna, convertida en una esponja que ansía conocimientos, por traumático que le resulte el proceso. Entre los muchos momentos magníficos que contiene Educando a Rita, destacamos aquel en que la alegría ante lo experimentado y la necesidad que siente la estudiante de compartirlo, la hace acudir en busca de su tutor.

En este sentido, y más gráficamente, cuando Rita se observa en el espejo de casa, no se reconoce, no tanto por el cambio de vestuario (ha de acudir a una reunión y no sabe qué vestido ponerse), como por estar transformándose ya en otra persona. Más tarde, en un pub, también se verá reflejada en la infelicidad de su madre (en opuesta sintonía con la alegre y bulliciosa canción que resuena por el local). Se trata de un momento en el que Rita experimenta la soledad, la sensación de no pertenecer a ningún mundo, ni del que procedía ni, todavía, el que desea alcanzar; se halla descolocada, en tierra de nadie.

Finalmente, su dependencia de Frank dará paso a una completa integración, siempre egoísta, con el resto de alumnos, sus compañeros de curso naturales.


En Educando a Rita subyace, diríamos que entre líneas, y por medio de la espléndida interpretación de los actores principales, otra más que interesante cuestión: la de si la literatura puede servir, y hasta qué punto, como sustituto de las relaciones personales, la mayoría de ellas frustradas; o si estas determinan tiránicamente la adecuada adquisición de una cultura; es decir, si solo se trata de otra canción que cantar, como recuerda Frank en cierto momento.

Todo parece indicar que la infelicidad de la persona persistirá, si no existe cierto orden en el ámbito privado, como Rita, ya convertida en Susan, descubre cuando su nueva compañera de piso, Trish (Maureen Lipman), le hace ver que los conocimientos, en un sentido amplio y pese a todo, aún siendo muy necesarios, no son suficientes para poder ser feliz: siguen pesando los vínculos creados. De hecho, tal vez no puedan subsistir los unos sin los otros.

Escrito por Javier C. Aguilera





En tres, dos, uno... (XI): Cortos Disney

28 junio, 2013

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Si el mas pasado hacíamos una entrada fuera de la común, en esta ocasión recuperamos una forma de entrada que ya tuvimos el pasado mes de noviembre, cuando dedicamos esta sección a tres cortos de Pixar. Nos centramos ahora en los clásicos dibujos de la factoría Disney, empresa mundialmente conocida por sus películas de animación artesanal, especialmente la trayectoria del siglo pasado, con más baches en estos últimos años en ese sector. No obstante, la historia de Disney está muy ligada al triunfo en sus años iniciales con numerosos cortometrajes, desde los más reconocibles relacionados con sus personajes más carismáticos (Mickey Mouse, Donald, Goofy, etc.) hasta las Silly Symphonies, que gozaron de mayor éxito en los años treinta.



Para este mes, vamos a rescatar algunos de estos cortometrajes, esperamos que os gusten y que os sorprendan.


Corto:  
The Haunted House
Escrito y dirigido por Walt Disney y Ub Iwerks. Producido por Disney.

Reseña:
Estamos ante la cuarta aparición del famoso Mickey Mouse, que no podía faltar en esta entrada, y que en esta historia encuentra refugio en una casa encantada, donde sus habitantes provocarán numerosas escenas graciosas y singulares. Hemos rescatado este corto porque combinan al personaje más conocido de la empresa con el primer cortometraje de las Silly Symphonies, también de 1929, titulado The Skeleton Dance. En este cortometraje podemos admirar la animación del baile de los esqueletos, que reutiliza el material de ese corto que tanto éxito había tenido. Aunque hoy no resulte novedoso, es necesario rescatar este cortometraje para ver de dónde surgió la fama de la factoría Disney.



Corto:  
El pequeño Hiawatha
Dirigido por David Hand. Producido por Disney.

Reseña:
Este pequeño personaje, Hiawatha, surge del poema épico La canción de Hiawatha, de 1855, escrito por Henry Wadsworth Longfellow. La factoría Disney lo rescató para este cortometraje, el último que sería distribuido por United Artists de la serie Silly Simphonies. El cortometraje fue realizado en 1937, apareciendo el personaje en los cómics de Disney desde los años 40 del siglo pasado. En la historia que nos muestra David Hand, el pequeño indio se abarca en una aventura de caza, como nos señala la irónica voz del narrador. Sin embargo, su cariño por la naturaleza y los animales le llevará a rechazar la caza, aunque poco después acabe perseguido por un oso. Como rasgo particular, los pantalones que se le caen, una característica que comparten varios personajes de estos cortometrajes, como en Winkine, Blinken y Nod, otro corto enternecedor.



Corto:  
Destino
Dirigido por Dominique Monfery y guión de Salvador Dalí y John Hench. Producido por Disney.

Reseña:
Un cortometraje único, especialmente por los artistas que están detrás del proyecto: Salvador Dalí y Walt Disney. Ambos se conocieron en los años cuarenta, surgiendo la idea de este cortometraje para 1945, con música del compositor mexicano Armando Domínguez. Sin embargo, fue cancelado por los problemas financieras que atravesaba la empresa de Disney por la Segunda Guerra Mundial, aunque se barajan diversas teorías sobre el fin de esta producción. Por suerte, fue rescatado a inicios del siglo XXI, empleando los dibujos que Dalí había preparado para dar a luz este proyecto conjunto.

Aquí tenemos Destino, que nos proporcionó en 2003 la oportunidad de dotar de vida las pinturas surrealistas de Dalí, dentro de una historia onírica que queda libre a cualquier interpretación. Animación, dibujos y música se combinan para crear esta artística producción.

Espero que os haya gustado este repaso a los cortometrajes Disney. El mes que viene volvemos con más cortos.

Escrito por Luis J. del Castillo


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Clásicos Inolvidables (XXXI): Fausto, de Estanislao del Campo

26 junio, 2013

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Mira: si fuera pastor
Y si tú pastora fueras
Me parece que andarían
Mezcladas nuestras ovejas

El tono vivaz y jocoso de estos versos, recogidos en el volumen de poesías completas de Estanislao del Campo (Buenos Aires, 1834-1880), que apareció en 1870 con prólogo de José Mármol, se traslada a la que con el tiempo se ha convertido en la obra más popular del poeta y militar argentino. Nos referimos, desde luego, a su singular y disfrutable “versión” sobre el mito germánico de Fausto (c. XV), versionado a su vez por otros autores, como Christopher Marlowe, Dietrich Grabbe, Thomas Mann y, por supuesto, Goethe.

El estreno el 24 de agosto de 1866 de la ópera Fausto (1859) de Charles Gounod, en el Teatro Colón de Buenos Aires, proporcionó la idea al inquieto Estanislao del Campo que, literariamente, hasta entonces se había limitado a publicar poemas sueltos en numerosas publicaciones, fusionando así la citada leyenda con los principales aspectos de la gauchesca, aquella literatura que tomaba como argumento las cuitas de los peones y campesinos de las llanuras (aunque es posible que el origen de la idea como tal proviniera de otra representación anterior, la de la ópera Safo -1840- del italiano Giovanni Pacini, a la que acudió el escritor, el diez de agosto de 1857).

Le ruego que me dentre a relatar el cómo llegó a topar con el malo.

Estalisnao del Campo
Conviene recordar que Estanislao del Campo fue muy activo dentro de la política de su país, y que tras la unificación argentina en 1861, ostentó el cargo de secretario en la Cámara de Diputados, pasando a ser uno de ellos poco tiempo después. Y precisamente, para su obra más conocida, su Fausto de 1866, Del Campo se inspiró en la “realidad” de una representación, es decir, en una ficción que, como veremos, es tenida por realidad por uno de sus espectadores.

El poema Fausto narra así las impresiones que la representación de la ópera de Gounod provoca al gaucho Anastasio, apodado el Pollo (en homenaje al Aniceto el Gallo de su amigo, el también poeta argentino Hilario Ascasubi), y que este a su vez narra con todo desparpajo y asombro a su viejo amigo don Laguna, un paisano de la zona de El Bragao -que además de dar nombre a un lugar, en el glosario criollo argentino se emplea para referirse a un caballo de tonos claros; de hecho, como apunte divertido, el rocín de don Laguna, llamado Záfiro, es descrito como un “overo rosado”.

El poema, distribuido en seis partes, la primera escrita en décimas y el resto en redondillas, será por tanto la conversación entre don Anastasio (que realmente no duda en mandar a Mefistófeles al infierno) y don Laguna. De tal modo que el Fausto de Estanislao del Campo parece recrearse en el placer de la contemplación de la amistad entre ambos personajes (¡al menos en el mundo de las letras!), razón más que suficiente, me parece a mi, para disfrutar de la obra y descubrir a un autor de evidentes méritos artísticos, en el que sobresale el respetuoso sarcasmo que se agazapa tras la historia: el amor de senectud del erudito en la ópera, sincero y meditado, acaba transformándose, con su renovada juventud, en un sentimiento efímero y egoísta.


-¿Y cómo no disparó?
-Yo mesmo no sé por qué.

No me resisto a destacar varios de los momentos más agradecidos del poema, como la divertida entrada al teatro del público, la (involuntaria) equiparación por parte de Anastasio de la orquesta con una banda de música, o sus comentarios acerca de la “encarnadura” de la heroína, momento en el que sobresale la comparación de la belleza femenina con una flor (parte VI), en “agreste” carpe diem que parece homenajear el famoso Soneto para Helena de Ronsard.

Así, a lo largo del poema, seremos copartícipes de todas las nuevas y sinceras emociones que han embargado al buen gaucho durante la representación operística: empatía, rabia, aprensión, congoja, asombro, ternura… que conllevan una identificación total con la obra por parte de quién no está versado en tales manifestaciones artísticas, pero que paradójicamente, participa de todas y cada una de las emociones que se pretenden transmitir.

De ese modo, Anastasio será capaz de captar hasta las aptitudes musicales del Diablo cuando tañe su guitarra, será participe de cómo el tiempo queda suspendido, acortándose o dilatándose por designios de una obra, junto a la transformación del buen doctor en ingrato jovenzuelo, haciéndose incluso eco de los efectos escenográficos de la representación: la mar embravecida, los efectos ópticos y todo el atrezo… Hasta llega a ver los pájaros que vuelan y se tropiezan con tal de guarecerse en su nido: milagro de la orquestación de Gounod.

Ilustración de Óscar Grillo
Pero sola y despreciada
En el mundo ¿qué ha de hacer?
(…)
Cuando duerme todo el mundo
usté, sobre su recao
se da güeltas, desvelao
pensando en su amor projundo

Pero se ha hecho tarde y a Anastasio y Laguna solo les queda un poco de ginebra y echan en falta algo de salchichón. No obstante, tan emocionante quedó el relato con el transcurso de los actos, que antes de que los amigos partan de nuevo, cada uno hacia su destino, el Pollo relata la sorprendente resolución de lo acontecido sobre el escenario. Entre estos momentos finales, como aquel en que las joyas tientan a la desafortunada heroína cuando acomete la conocida aria de la Canción de las joyas, solo cabe compadecerse del infortunio de la muchacha, de su posterior condición de madre soltera y de los truculentos actos que decidirán su suerte. Todo este dramatismo tan tremendo y funesto queda puntuado maravillosamente por el léxico “gauchesco” empleado por el autor: “pelar la lata” por desenvainar; “cortinao” o lienzo, por telón, etc.

Charles Gounod
Fausto, en versión de Estanislao del Campo (o de Anastasio, el Pollo, cabría decir), supone una de esas genialidades con las que uno se topa de cuando en cuando. En cuanto a sus ediciones, un sentido y acertado prólogo de Borges se encuentra en la edición conmemorativa de Edicom (Buenos Aires), de 1969, pero más completa e igualmente bien anotada es la de Bruguera de 1974, a cargo del doctor Agustín del Saz. Naturalmente, existen otras ediciones recomendables, como la que mostramos a lo largo del texto, a cargo de Ediciones de la Flor, con estupendas ilustraciones de Óscar Grillo.

A modo de complemento, y por si alguien desea disfrutar (¡aunque no en igual modo!) de lo que presenció el bueno de don Anastasio, recomendamos, sin ánimo de tener la última palabra, algunas de las grabaciones de la extraordinaria ópera de Gounod. Dos sonoras, la primera con la formidable Joan Sutherland y con Franco Corelli, dirigida por Richard Bonynge (Decca, 1966); la segunda con Plácido Domingo y Mirella Freni, dirigida por Georges Prêtre (EMI, 1978); más otra visual, en formado DVD, con el gran Ruggero Raimondi y Francisco Araiza, dirigida por Erich Binder (Deutsche Grammophon, ORF, 1985, que es de la que dispone servidor).

Estanislao del Campo, el más querido de los poetas argentinos según Borges, por medio de la recurrente visita del gaucho a la ciudad, y jugando con una realidad “sobrenatural”, nos recordó que el humor puede ser el género más adecuado con el que abordar las cuestiones más serias.

Escrito por Javier C. Aguilera



Un invierno en la playa, de Josh Boone

24 junio, 2013

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Los Borgens son una familia de escritores en plena fase creativa de un nuevo capítulo en sus vidas, aunque, para ello, deberán reescribir primero todo lo vivido hasta ahora.


Tres años después de su divorcio, el veterano novelista Bill Borgens no puede dejar de obsesionarse con su ex-mujer, Erica, quien decidió abandonarle por otro hombre. Bill está bloqueado, atrapado, tanto en su trabajo como en su pasado. Incapaz de asumir la marcha de su esposa, el escritor frustrado se pasa los días esperando a que ella vuelva; incluso, llega a espiarla en la casa donde vive con su nueva y joven pareja. A modo de consuelo, se vuelca profesionalmente en el trabajo de sus hijos, unos escritores todavía precoces. Su independiente hija universitaria, Samantha, que acaba de publicar su primera novela, no quiere ni oír hablar de su madre ni mucho menos del amor, rechazando toda idea de tener una relación estable. Por su parte, su hijo adolescente, Rusty, intenta encontrar su propia personalidad como escritor de ficción y, también, como inesperado novio de la típica chica popular y deseada de su instituto, pero que, a su vez, esconde serios problemas personales. Sin embargo, los Borgens se toparán con algunas sorprendentes revelaciones sobre cómo en la vida los finales pueden convertirse en inicios.

Bill (Greg Kinnear) y Erica (Jennifer Connelly)
Josh Boone, director del film, también es un artista precoz. Un invierno en la playa se trata de su ópera prima, algo que no parece deslucir la obra, ya que trata con un reparto consagrado y un guión maduro, aunque sin pretensiones. Boone logra que su historia se mantenga creíble en todo momento, y su magnífico elenco aporta toda la naturalidad y autenticidad necesarias para que la historia funcione. Un invierno en la playa cuenta con uno de los mejores repartos corales últimamente en cine; todos ellos se adentran completamente en la piel de sus personajes, retratan a la perfección ese desarraigo adolescente y consciente propio del escritor, que lo que, precisamente, les ha impedido avanzar a lo largo de su vida. Los Borgen acaban por ser una familia real, y el lazo que hay entre ellos se extiende más allá de la pantalla. 

Erica junto a su hijo Rusty (Nat Wolff)
Los diálogos rozan la ingenuidad, pero lo hacen en consonancia con la naturaleza de sus personajes, en especial de sus protagonistas adolescentes, que, como los hermanastros de Las ventajas de ser un marginado, aparentar estar de vuelta en la vida, aunque, en realidad, no hayan empezado aún a vivirla. También destacan los papeles de Greg Kinnear, el divertido pero sufrido padre de familia, y el de Jennifer Connelly, en el papel de Erica, cuya sobriedad y sentimiento van en aumento hasta el final de la historia, sobre todo las escenas que comparte con su hija Samantha (Lilly Collins), llenas de coraje y verdad.

Una tarea tan simple y, a la vez, tan complicada como crear personajes con el que el espectador pueda identificarse es un objetivo que la película cumple a la perfección. Personajes que leen, que escriben, a los que le gusta la música y que, en general, tienen intereses y metas por alcanzar; así, la historia puede disfrutarse y volar en esta hora y media como las páginas de un buen libro.

Samantha (Lilly Collins) y Louis (Logan Lerman, recientemente en Las ventajas de ser un marginado)

En cuanto a la banda sonora de la película, el tema Home, de Edward Sharpe & The Magnetic Zeros y conocido gracias a la campaña publicitaria de Peugeot, forma parte del estupendo repertorio musical que encontraremos, siendo esta la elegida para comenzar y concluir el film. Ambas escenas, la primera y la última, muestran la comida de acción de gracias de la familia Borgen durante dos años consecutivos, siendo testigos de cómo pueden cambiar las circunstancias de las personas en tan solo un año. Este detalle resume completamente la esencia de la película, en la que todo acaba encajando a la perfección.

Y así es como Un Invierno en la playa va ganando a medida que la vas descubriendo. Un padre que se resiste a perder a su esposa, la hija que encuentra en el cinismo su respuesta a la decepción por el fracasado matrimonio de sus padres, o el pequeño romántico resignado a pasar desapercibido en un mundo que no está hecho para los de su clase. Nada más y nada nuevo, pero capaz de emocionar por reunir de forma fantástica cada uno de los elementos en una película tan sencilla como esta.



Escrito por Mariela B. Ortega


Adaptaciones (XVIII): Sherlock Holmes (V) Peter Cushing

21 junio, 2013

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Watson: ¿Tiene ojos en la nuca?
Holmes: No, tengo una tetera bien pulida delante.

Aunque nuestra sección se dedique a Sherlock Holmes en el cine, vamos a comentar en la presente entrada unas adaptaciones destinadas a la televisión. Nos ocupamos, en esta ocasión, del regreso de Peter Cushing al personaje creado por Arthur Conan Doyle, analizada ya El perro de Baskerville (Terence Fisher, 1958), dentro de esta misma sección. Así mismo, en nuestra próxima entrada para el apartado ¡A ponerse series! abordaremos otra adaptación televisiva de calidad, la estupenda Sherlock Holmes producida por Granada Televisión entre 1984 y 94. Nuestro material para hoy consiste en la recientemente rescatada serie que la BBC dedicó al detective (los episodios que han sobrevivido, pues el material no se ha conservado íntegro), y que, en 1968, contó con el gran actor británico en el papel principal.


Una cuidada versión de El perro de los Baskerville es uno de los episodios que se han conservado, además de ser el más extenso. A estas alturas el argumento es de sobras conocido. Se trata de una fiel recreación del original en la que nuevamente destaca el empleo de los parajes naturales de Dartmoor, en Devon, como un omnipresente elemento dramático, bien integrado en el argumento. Hasta recuperamos la icónica imagen de la silueta de Holmes recortada frente al cielo del atardecer, en la distancia.

Estudio en escarlata es más una adaptación de La casa vacía, que en realidad toma como excusa el título de la primera obra de Sherlock Holmes (recordemos, cuando conoce al doctor Watson), por medio de una línea de diálogo algo traída por los pelos. Aquí Holmes y Watson (Nigel Stock) ya se conocen y habitan el 221b.Como realización televisiva de la época resulta típica: planos muy cerrados, sonido directo, empleo del reencuadre, apoyatura musical sesentera, algún leve desenfoque (inevitables sobre todo en los programas en directo), decorados y atrezo algo pobretones, y cierta teatralidad de la acción; pero como ocurría con los famosos Estudios Uno, estos inconvenientes no son tan relevantes, sino las interpretaciones, donde no hay nada que oponer. Estas son magníficas, el Holmes de Cushing es sagaz, impulsivo (también se precipita) e implacable; y Watson un “excelente conductor de luz”.

Otros detalles de la trama quedan bien expuestos, como la costumbre de los anuncios por palabras en la prensa (el Strand), por entonces una auténtica red social, tan vital para el lector de la época como lo pueda ser hoy internet o el correo electrónico. Una buena idea de planificación la hallamos en el asesino lavándose las manos en una jofaina, y una buena idea de guión, en las dos pastillas que el citado asesino da a escoger a su víctima, dejando al azar el destino de cada uno de ellos (idea retomada en la reciente Sherlock).


Otro episodio bien conocido es El signo de los Cuatro, con su tesoro de tiempos de la colonización india y el enamoramiento de Watson, lo que nos permitía conocer algo más al buen doctor, frente a la misoginia desplegada por el detective, que no se casará nunca para que su criterio no se vea influido.

Destaca en la adaptación el entusiasmo con que Holmes dicta una carta, ¡demasiado aprisa como para poder tomar nota!, junto al detalle del olor que desprende otra misiva, o el uso de la cámara subjetiva, que toma el punto de vista de un perro (¡hasta se detiene en una farola para aliviarse!), momento en que no se escuchan los diálogos entre Holmes y Watson, aunque los vemos conversar. Estamos, de nuevo, ante una digna adaptación desarrollada en escenarios naturales, en la que queda claro que Holmes no puede vivir con normalidad sin trabajo “mental”.



Holmes (hablando de una cantante): ¡Su tesitura es impresionante!
Watson: ¿Disculpe?

El misterio del valle Boscombe persiste en ese cuidado en las localizaciones. El free cinema había sacado las cámaras a las calles, y una serie de televisión de la época no era ajena a esta novedad. Llama la atención que el presunto caso de parricidio del conocido relato, fuera representado de forma explícitamente virulenta, lo que nos recuerda los cambios introducidos durante el final de aquella década. Un grafismo aderezado además por el gesto de fastidio de Holmes ante el viajero que les toca en suerte en el compartimento de tren, un Watson tratando de adivinar con pesar el nombre de un antiguo criminal y, de nuevo, un Holmes cicatero con el dinero pero lector de Petrarca.

Encontramos en el navideño El rubí azul un apunte divertido, cuando la propietaria de la joya desaparecida asegura que supo de la existencia del detective cuando su sobrina cenó con sir Henry Baskerville; o cuando descubrimos que analizando un sombrero, Watson no lo hace nada mal. En cambio, Holmes yerra (no mucho, claro). Otras curiosidades de este relato son la costumbre de Holmes de escribir sobre sus puños almidonados (un hábito que viene de antaño: Cushing-Holmes ya hacía lo mismo en El perro de Baskerville de Fisher), además de cómo llegó el dichoso rubí azul al estomago de un pavo en vísperas de la Navidad.

En ciertas ocasiones he recomendado -sin detrimento por las versiones originales, naturalmente-la labor de doblaje de una serie o una película. Pero en recientes ocasiones este reconocido arte, al menos en España, resulta de lo más impersonal y ramplón, ya que el redoblaje (auténtica plaga bíblica) resulta de lo más decepcionante. En esta ocasión recomiendo, ya que la serie no fue estrenada en España en su día, o no se conserva su doblaje original, ver toda la serie en versión original. Es la única forma en que este Sherlock Holmes puede volver a la vida.


Peter Cushing volvió a encarnar a Holmes años más tarde en un telefilme de bastante enjundia, de tal modo que podemos hablar abiertamente de una película, al estar tras las cámaras un equipo técnico muy competente, y aunque su destino fuera el televisivo. Se trató de Sherlock Holmes y las máscaras de la muerte (The masks of death, 1984), dirigida por Roy Ward Baker (1916-2010), bien conocido por sus trabajos para Hammer, además de por otras dos espléndidas películas: The house in the square (1951) y La última noche del Titanic (1958), inolvidable aproximación a la tragedia del barco.

Un Holmes maduro (¡pero nunca envejecido!) nos hace participes en esta ocasión de uno de esos casos que no se han podido desvelar con anterioridad. Así, de un prologo situado en 1926, retrocedemos hasta 1913. La voz en off, milagro, no molesta demasiado, aunque a veces resulte algo redundante. De este modo, la narración de Watson puntúa un relato que sigue escrupulosamente el léxico de su autor: realmente parece que estamos escuchando al auténtico doctor Watson de los relatos. Recordemos además que, la última de las aventuras aparecidas de Sherlock Holmes, La aventura de Shoscombe Old Place, se publicó en 1927, tres años antes del fallecimiento de su creador.

El presente caso se lo proporcionan a Holmes el inspector McDonald (el inolvidable Gordon Jackson de Arriba y Abajo) y el secretario del interior, un esplendido Ray Milland, con su habitual aplomo y desparpajo. Un Holmes que, gracias a Cushing, despliega de nuevo puro nervio; una agilidad pasmosa que no se evidencia únicamente durante los momentos de acción per se. Por lo demás, permanece tan quisquilloso y “humano” como de costumbre, sin cortapisas políticamente correctas. Así mismo, el asunto en cuestión, la desaparición del hijo de un diplomático alemán, recibe un fuerte estimulo con la inesperada reaparición del personaje de Irene Adler (Anne Baxter), la Mujer.

Sherlock Holmes y las máscaras de la muerte es un disfrute absoluto para los seguidores del personaje, y se cierra con la imagen del detective, junto a su amigo y colega el doctor Watson (John Mills), dirigiéndose a Balmoral, la residencia real durante el estío, acompañados por la hermosa partitura de Malcolm Williamson, con evidentes ecos a James Bernard.


Para concluir, un breve apunte sobre la nueva “actualización” televisiva del detective, la serie titulada Sherlock, hábil traslación de la BBC, bien escrita y ejecutada, y cuya principal virtud consiste en no descontextualizar, pese a todo, las características de un personaje (encarnado aquí con solidez por Benedict Cumberbacht) con el que todos estamos familiarizados.

Es evidente que los hábitos y mecanismos narrativos han cambiado (siempre lo hacen, aunque no siempre convenga hablar de evolución), aunque con esto no quiera (deba) decirse que lo anterior haya quedado obsoleto, en modo alguno. En este sentido, Sherlock (2010-) no se desmorona dentro de su propia pirotecnia tecnológica. Por ejemplo, hasta hace poco sabíamos que el héroe rescataría a la chica, la pregunta era cómo y cuanto tardaría. Ahora cabe preguntarse si el héroe podrá rescatar a la chica en cuestión, o si podrá impedir el robo. Y no sorprende que no sea así. La sorpresa, los giros de guión, están a la orden del día, y Holmes es un personaje que, incidiendo además en su parte más oculta, se prestaba mucho a ello.

Como la serie sigue en curso, lo mejor será posponer un comentario más elaborado para una futura ocasión. Entre tanto, los admiradores del personaje, podrán seguir encontrando material “cinematográfico”, espero que interesante, a lo largo de esta sección.


Escrito por Javier C. Aguilera "Patomas"



Adaptaciones (XVII): El gran Gatsby, de Baz Luhrmann

19 junio, 2013

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No es la primera vez que hablamos del clásico norteamericano de Scott Fitzgerald, ya lo hicimos en 2011 en nuestra sección de Clásicos Inolvidables, donde ofrecimos diferentes perspectivas ofrecidas por la crítica para comprender los entresijos de la novela. Comentábamos entonces que se habían realizado diversas adaptaciones cinematográficas, entre las que destacaba la de 1974, dirigida por Jack Clayton y protagonizada por Robert Redford y Mia Farrow, añadiendo que estaba próximo el estreno de una nueva revisión dirigida por Baz Luhrmann y protagonizada por Leonardo DiCaprio. Ese film es ya realidad y hoy os ofrecemos este análisis del mismo.


El argumento nos es familiar, el joven Nick Carraway nos cuenta la historia de su encuentro con el misterioso Gatsby, un rico extravagante que organiza fiestas multitudinarias y cuyos propósitos esconden asuntos más personales que incumben a un pasado que se nos irá desvelando poco a poco. Como en la conocida adaptación de Clayton, Luhrmann ha preferido centrarse en la historia de amor, aunque acierta en el tratamiento que le ofrece al proporcionar a los personajes ciertos aires de cinismo e hipocresía que concuerdan no sólo con la novela original, sino con los diálogos reproducidos. La excentricidad de Gatsby reluce perfectamente junto al nerviosismo del joven enamorado que es, según nos proyecta la imagen de este film. El personaje está logrado por un Leonardo DiCaprio en su madurez cinematográfica, que actúa con acierto y cierta brillantez, convirtiéndose en la estrella inevitable de la película.


A su alrededor, las actuaciones de Tobey Maguire, con quien vuelve a coincidir veinte años después de Vida de este chico (1993), en el papel de Nick Carraway, donde se mantiene correcto, aportando con su expresividad reconocible un cariz de auténtica pusilanimidad, y Carey Mulligan en el papel de Daisy, la otra gran protagonista de esta historia. Mulligan nos proporciona la fragilidad que el personaje requería así como la liviandad de movimientos acompasados a ese aire despreocupado pero traumático. Destaca también, por su importancia, la interpretación de Joel Edgerton como Tom Buchanan, ofreciendo un perfecto equilibrio entre la imagen de hombre fuerte e inflexible y los verdaderos miedos que preocupan a este perfecto burgués, como la pérdida de su situación perfecta.

Jason Clarke, Isla Fisher y Elizabeth Debicki se llevan papeles menos agradecidos, sobre todo por la poca relevancia que se les otorga en el film a sus personajes. Los dos primeros actores interpretan al matrimonio de George y Myrtle Wilson, a quienes otorgan cierto aire dramático y penoso, especialmente Clarke. La tercera, Debicki, interpreta a Baker, cuya relación con Carraway parece desaparecer por completo en esta adaptación y goza tan solo de unas contadas apariciones donde no logra resaltar. Este elenco principal destaca por unas actuaciones ciertamente logradas, en un ambiente que, gracias al maquillaje y los vestuarios, logran recrear bastante bien el de la novela.


Sin embargo, el director de films como Moulin Rouge (2001) o Australia (2008) confecciona una película que está envuelta en una imagen artificiosa, con colores excesivamente vivos y brillantes. Si la intención era aumentar la sensación de la falsedad presente en la sociedad estadounidense de los años veinte, seguramente lo logre, pero a costa de sobreponer sobre las actuaciones y los escenarios una imagen que les resta credibilidad. Efectivamente, la facturación, especialmente el vestuario, son exquisitos visualmente, pero el conjunto ofrece la perspectiva de estar viendo más que una adaptación cinematográfica, una cinemática renderizada de algún videojuego.

Pese a ello, podríamos seguir hablando de una técnica que realza lo artificial, redundando aún más en los diálogos recogidos de la obra de Fitzgerald, salvo por el detalle de que Luhrmann destroza ese ambiente a través de una banda sonora inapropiada. Cuando, de una forma precipitada, acabemos en las fiestas del misterioso señor Gatsby, nos habremos trasladado de los años veinte a la época actual, con remixes actuales, cantantes de moda y música que suena hoy en las discotecas.

Una novela que engarzaba perfectamente con la época del jazz ve en su adaptación la desaparición de esa ambientación musical tan necesaria para enmarcar con acierto la época a la que la obra original nos remitía. Si bien es cierto que nos regala alguna canción acertada, la mayoría están fuera de lugar y proporcionan música de fondo al videoclip que Luhrmann está recreando más que a la adaptación que debería realizar.

De esta forma, el que podría haber logrado ser una acertada adaptación de la novela norteamericana, peca finalmente de resultar demasiado falsa, incoherente y demasiado atada a una lectura amorosa del libro. No obstante, no seríamos justos si no admitiéramos el buen trabajo del elenco o del vestuario, así como algunos efectos visuales logrados, pese a lo artificial que resultan aún hoy, deberemos observar si el paso del tiempo no acaba por envejecerlos en sobremanera. En definitiva, hemos disfrutado de una buena recreación de los conflictos personales y humanos que Fitzgerald planteaba en su novela con una ambientación poco adecuada. El director contaba con los elementos técnicos y personales a su favor, pero, a nuestro juicio, no ha sabido jugar bien sus cartas.



Escrito por Luis J. del Castillo




¡A ponerse series! (VIII): Un hombre en casa & Los Roper

14 junio, 2013

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Robin: ¡Me gustan las chicas muchísimo, son mi sexo opuesto favorito!

También existen los géneros dentro de la televisión, y en el de la comedia (o sit-com, si queremos ser más precisos), una serie como Un hombre en casa (Man about the house, Thames, 1973-1976) ostenta un puesto honorífico. El éxito de la serie británica fue tan grande que derivó en un spin off, una ramificación del material original, Los Roper (George & Mildred, 1976-1979), del que también nos ocupamos en este comentario, y que solo se vio interrumpido con el triste fallecimiento de la fabulosa Yootha Joyce en 1980.

Los creadores de todos estos personajes fueron los escritores Johnnie Mortimer (1930-1992) y Brian Cooke (1937), que acertaron de pleno al crear ese mundo “alternativo” que nos gusta encontrar en las mejores series de televisión, para meternos en él de cabeza.


Chrissy: Mamá, te conozco, no estás cambiando de tema, estás tratándolo de manera diferente.

El episodio piloto, Tres son multitud, sirve, naturalmente, como presentación. Estamos en el 39 de Middleton Terrace, en un barrio entre la periferia y el centro de Londres. Concretamente, en una casa algo avejentada que los Roper han convertido en pensión, y en la que comparten piso (la parte superior del inmueble) dos chicas, Chrissy (Paula Wilcox) y Jo (Sally Thomsett), las cuales amanecen tras una fiesta dándose cuenta de que necesitan a otra compañera para poder seguir pagando el alquiler, después de que una tercera haya abandonado al apartamento para “cometer la insensatez de casarse”. La solución al problema se encuentra justo al lado, en el baño, donde un chico duerme “la mona” dentro de la bañera.

Se trata de Robin (Richard O’Sullivan), que estudia para cocinero (la chica que se ha marchado era la encargada de menesteres tan engorrosos). Finalmente, Robin ocupará la vacante, pero para conseguirlo tendrá que convencer a los caseros, el matrimonio formado por los Roper (Brian Murphy y Yootha Joyce), al tiempo que descubrirá que la oportunidad no es tan “provechosa” como parece.


Jo: Si quieres una conversación intelectual, estoy capacitada para tenerla.

Los guionistas desarrollaron muy bien la personalidad de cada uno de los personajes, de tal manera que un esquema de los mismos podría quedar establecido así: 
  • Robin Tripp: Es noble, ocurrente, atento y solícito. Ha escogido su dedicación en el futuro, por encima de lo que piense la familia.
  • Chrissy Plummer: Es independiente, pragmática, irónica. Adora a Robin, aunque no está enamorada de él.
  • Jo (apellido desconocido): Ingenua y seductora. Sabe el efecto que produce en los hombres y cree que Evelyn Waugh es una novelista (No nos moverán).
  • George Roper: Mezquino en apariencia, un tanto roñoso, se las da de manitas, ¡también en apariencia! Un abuelo cebolleta de la Batalla de Inglaterra.
  • Mildred Roper: Abnegada, sarcástica, servicial, frustrada y muy coqueta, incluso sofisticada. Se queja de que la última vez que salió con su marido fue para sacar la basura.
  • Larry Simmonds (Doug Fisher): El amigo ligón que no se come una rosca.
  • Jerry (Roy Kinnear): un chapuzas-contratista, conocido de George Roper, aprovechado, desaprensivo… el reverso tenebroso del buen obrero.
A los que podemos agregar, jocosamente:
  • El Pato Mojado: El típico, bullicioso y elegante pub donde se reúnen de cuando en cuando.
  • Óscar: el periquito del señor Roper.


George Roper: Vaya, solo hay una galleta de chocolate, ¿y la tuya?

Muchas de las comedias de situación que hemos podido disfrutar después parten de aquí, hasta el punto de repetirse, con las oportunas modificaciones, muchos de los argumentos de Un hombre en casa. Estas habrán sido más gráficas, más lo que sea, pero difícilmente más graciosas, y desde luego no dejan de ser derivados de una fórmula que eclosionó en una serie que a la larga, proporcionó un nuevo modo de entender la comedia en aquella pequeña (pero gran) pantalla. Incluso con el tiempo llegaron los remakes.

Así, se perpetuaron las “desventuras” de los personajes principales por medio de un reboot, como se diría ahora, titulado Apartamento para tres (Three’s company, 1977-1984), simpático sucedáneo protagonizado por John Ritter; más otro spin-off, El nido de Robin (Robin’s nest, 1977-1981), en el que nuestro bonachón chef regentaba su propio bar y al fin encontraba novia. También, pero con el casting original, se produjo una película para televisión (lo que antes se conocía por telefilme), titulado precisamente Un hombre en casa (1974), en la que nuestros vecinos se las veían con el pérfido secuaz (un magnífico Peter Cellier) de un empresario-basura, que pretendía desalojarlos de sus casas.


Mildred Roper: Reconozco a un hombre cuando lo veo, ¡tengo muy buena memoria!

Entre los momentos más divertidos y delirantes, que animo a quienes no los conozcan a descubrir, están la “confusión gastronómica” que se produce en Ni perros ni gatos, los celos provocados por los potenciales pretendientes en El honor de los mayores o El admirador, el enfrentamiento con el matón del barrio en Llámame gallina, el miedo a la vejez, peluquín incluido, en Al partido; el cuidado de un bebé en Casi dos metros y ojos azules, el desanimo ante los estudios en Devolvedme al viejo Southampton, el “misterio” del desván en El cuco en su nido, las tribulaciones del alquiler en No nos moverán, Uno más en casa o Hijo mío, hijo mío; el estrafalario paso por el quirófano en Tal para cual, el “baile” de las invitaciones para un baile en No pienso bailar, no me invites, El juego de las generaciones y Se acabó la fiesta; las fotografías de las vacaciones en Ven a cenar conmigo, las “batallitas” del señor Roper en Todo por el juego o ¿Conoció usted a Rommel?, las “atropelladas vicisitudes” para lograr el permiso de conducir en En la carretera, la visión nada beatífica del matrimonio en La dulce trampa o Ama y deja amar; las películas amateur de 16mm. en La última sesión de cine, las publicaciones eróticas del señor Roper en A la derecha, dijo George; los inesperados efectos de una lámpara de rayos solares en Los adoradores del sol, el regalo de aniversario de los Roper, consistente en unas entradas apara ver a Sinatra, en Ven a volar conmigo, y el psicotrópico arreglo del jardín, planta de cannabis incluida, en el genial Cómo crece su jardín.

Todo ello reflejo de un tiempo no tan distinto al actual, en el que comenzaban a plantearse (jugando con ellos) temas como el de la empatía, la independencia, el empleo de la libertad y la responsabilidad individuales, las identidades sexuales, las citas a ciegas y tuertas, los padres y madres…


Larry: ¡Por favor, no me pegue en la cabeza, que estoy estudiando!

El final de Un hombre en casa, o al menos de su línea argumental, llega cuando Chrissy se enamora del repelente Norman (Norman Eshley, que ya había interpretado a un pretendiente anterior), el hermano de Robin al que todo sale bien. No obstante, esta resolución no está exenta de ironía, pues el idilio casi parece una parodia de Un hombre y una mujer (Claude Lelouch, 1966), a base de talonario, que para colmo transcurre en un Londres grisáceo y ventoso.


Jeffrey: ¡Cinco minutos con Roper pueden acabar con todo un año de educación!

La casa donde habitan los Roper se ha quedado vacía. Los que habían llegado a ser casi como unos hijos para el matrimonio, han partido para proseguir con su vida, de tal modo que Mildred convence a George de que ha llegado el momento de cambiar de aires. Los nuevos aires serán ahora, para George y Mildred, los del 46 de Peacock Crescent, un acogedor barrio residencial a las afueras de Londres. Un nuevo hogar que les proporciona –a su pesar- Jeffrey Fourmile (el eficaz Norman Eshley de nuevo), su flamante y clasista vecino, que trabaja en la inmobiliaria de la zona. El reparto, queda entonces completado así:
  • Jeffrey Fourmile, como el apesadumbrado vecino que contempla como el señor Roper convierte su jardín en un trastero, y que es descrito al modo caricaturesco (resulta más atrasado que conservador, hasta el punto de llegar a censurar a su hijo por la lectura de los X-Men).
  • Ann Fourmile (Sheila Fearn): la esposa sarcástica y desenvuelta.
  • Tristán (Nicholas Bond-Owen): el chico de los Fourmile, de unos ocho años en principio.
  • Ethel Humphrey (excelente Avril Elgar): la hermana “rica” de Mildred.
  • Humphrey Humphrey (¿trasunto del Humbert Humbert de Nabokov?: es broma. Lo interpreta Reginald Marsh): el marido de Ethel, dedicado a la industria cárnica.
Podemos añadir a la madre de Mildred, interpretada por Gretchen Franklyn (también tendremos ocasión de conocer al padre, un hermano ¡y hasta un hijo natural de George!). Y por qué no, ya que todo queda en familia, a Trufa (Pussy Galore), el foxterrier de Mildred (La adopción, El perro o yo), y a Moby Dick, el pez de colores de George.


Ann: Creo que hemos tenido suerte con estos vecinos.

Entre los momentos más tronchantes se encuentran la redecoración de la casa de los Fourmile en Mi marido en casa de los vecinos, las visitas de la hermana de Mildred en El juego de las parejas, El peor corte de todos o Tengo un caballo, lo que se “enseña” en las escuelas y la “orientación familiar” en Educación sexual y Cartas a Dorothy, el plan para la organizarse unas buenas vacaciones en La mejor manera de viajar, la defunción de Óscar en Venta benéfica, o la del pobre Moby Dick en En busca del pez perdido, el regalo de aniversario en A vueltas con el reloj, la desfachatez del “vividor” de El viajero, la búsqueda de empleo en Un empleo para George, El trabajo ante todo y El empleo de Mildred, la aparición de algún antiguo pretendiente y el fantasma de los celos en Creo en el pasado, La tentación está al acecho o La ambición de conducir, la esperpéntica función navideña de la comunidad en No hay nada como el espectáculo, el “arte del modelado” en el chacotero Día de pañales, los prejuicios y las “malas” amistades en el espléndido Quien lo encuentra se lo queda, el delirante periplo de George por el barrio en una silla de ruedas en George mete la pata, o la secuencia del entierro en El dinero o la vida, en el que George pierde una moneda sobre el ataúd del finado.


Tristán: ¿Qué es embarazada?

George y Mildred nos dejan otras imágenes inolvidables, como aquella de Mildred leyendo El semental con rulos en A la cama (el mismo episodio en que confiesa que su horóscopo es virgo), la de George y Jeffrey Fourmile compitiendo con el juego de tenis electrónico en Segundo día de Navidad, y no menos antológica, la “poco ducha” instalación en el aseo, en Hay que ducharse.


Escrito por Javier C. Aguilera "Patomas"

Próximamente: Sherlock Holmes



La gran boda, de Justin Zackham

12 junio, 2013

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Con motivo de la boda de su hijo adoptivo Alejandro (Ben Barnes) con Missy (Amanda Seyfried), Ellie Griffin (Diane Keaton) vuelve a su antiguo hogar diez años después de que su marido Don (Robert De Niro) la engañara con su mejor amiga Bebe (Susan Sarandon), con la que vive desde entonces. Pero, cuando Alejandro les anuncia que su madre biológica (Patricia Rae) asistirá a la boda y que, debido a sus estrictas creencias religiosas, no debe saber que Ellie y Don están divorciados, éstos se verán obligados a aparentar que son un matrimonio feliz, y Bebe tendrá que salir de escena.


Robert De Niro, al que vimos recientemente en el film El lado bueno de las cosas, repite como padre y marido protagonista, al que la boda de su hijo adoptado le invade de felicidad y entusiasmo, aunque no sea consciente de que también amenaza con desmontar su tranquila vida. Sus dos mujeres, la divorciada y su actual compañera, están interpretadas por Diane Keaton y Susan Sarandon, y ambas brillan especialmente en compañía de De Niro, que es, sin duda, de los mejores papeles de la película. Como secundarios tenemos a Amanda Seyfried (la entrañable Cossete en Los Miserables), Catherine Heigl (protagonista de la divertida La cruda realidad) y Robin Williams, que interpreta al extravagante cura católico y alcohólico.


Con momentos que pueden recordar a películas como El padre de la novia o Los padres de ella, el guión gira en torno a una familia americana no precisamente tradicional, pero que saben vivir en armonía entre un matrimonio fracasado, una hija alejada de su padre que guarda un (previsible) secreto, un hijo treintañero aún virgen, y otro hijo que es adoptado, Alejandro, protagonista y feliz novio de la gran boda, que realmente quedará en segundo plano debido a las tramas familiares. Alejandro teme decepcionar a su familia biológica si les cuenta este surrealista panorama, compuesta por una madre católica y una hermana algo liberal; es entonces cuando decide sacrificar a su familia de acogida con una mentira que, como cabía esperar, no llegará muy lejos.


Un gran pilar de la película lo constituye el reparto, que es lo que hace que la historia no se olvide al instante de salir de la sala. Cuenta con nombres tan importantes como Robert de Niro, Susan Sarandon, Diane Keaton, Katherine Heigl, Amanda Seyfried, Robin Williams o Ben Barnes. Justin Zackham, el joven director de este film, ya tuvo la oportunidad de dirigir a otros dos grandes de la escena, Morgan Freeman y Jack Nicholson, en la comedia dramática Ahora o nunca. En esta ocasión, escribe y dirige esta comedia de enredo, a su vez remake de la coproducción franco-suiza Mon frère se marie, cuyos momentos de humor son, al igual, constantes y fantásticos.


Pero en La gran boda encontraremos también momentos para reflexionar, en los que profundizan en realidades sociales actuales como los desengaños amorosos, los problemas para tener un hijo o las relaciones inestables, aportando sensibilidad y empatía con el espectador sin llegar a ser lacrimógeno o irritante. Es un hecho que marca la diferencia para encariñarse con las historias y sus protagonistas. Y, aunque es posible que la película no aporte nada nuevo al género y las situaciones recuerden a otras anteriormente vistas, hay determinados momentos, entre ellos, grandes giros y sorpresas humorísticas, que harán soltar alguna carcajada y mantener la sonrisa y la lágrima encogidas, fundamental para un film que, sin llegar a obra maestra, nos llegará al corazón.


Escrito por Mariela B. Ortega


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